"Un oficio histórico en Castilla y en España, el del caminero"
Mi abuela María Luisa Piernavieja, a la que echo muchísimo de menos, más de una vez me habló de Narciso, el caminero de Jaramillo Quemado. Para que puedan situar la historia, Narciso era el abuelo de David Sebastián, uno de los empresarios más conocidos, queridos y respetados de Tierra de Lara, Pinares y la comarca del Arlanza. En palabras de mi abuela, Narciso era un hombre sencillo, amable, muy cercano y sobre todo muy trabajador. Pues bien, si uno se detiene en el pinar de Salas de los Infantes, muy cerquita de la entrada al pueblo, podrá observar un monumento de enorme elegancia que homenajea al oficio del “caminero”. Déjenme que les cuente resumidamente cuál es su historia. El cuerpo de peones camineros fue creado en España en 1759. Su misión era la de conservar y mantener las carreteras en todo el territorio nacional. Los peones camineros estaban en el escalafón más bajo entre los funcionarios del estado. Su trabajo era muy exigente y estaba mal remunerado. Trabajaban casi sin descanso y de sol a sol siete jornadas semanales en invierno y en verano. Siempre dedicados a un trozo de carretera con la longitud de una legua (5,5 kilómetros). Trozo que recorrían a pie para efectuar las reparaciones que fueran necesarias con utensilios y herramientas muy rudimentarias. Aun así, la profesión tuvo buena reputación. Los peones camineros eran funcionarios que podían conservar su trabajo hasta la jubilación y que percibían regularmente su salario. También recibían una vivienda estable, muy humilde y mal acondicionada y aislada siempre junto al sector de carretera encomendado. Pero que era, en sí misma, una vivienda gratuita al fin y al cabo. Eran conocidas como casillas de peones camineros y proliferaron por todos los rincones de España hasta el punto de ser un elemento característico del paisaje de nuestras carreteras. En esencia había dos modelos si eran para uno o tal vez para dos peones y sus familias. Hablamos de construcciones muy elementales que tenían, la mayor parte de las veces, un patio o corral en la parte de atrás que servía para el cultivo agrícola o muchas veces también para el engorde y crianza de animales para el sustento de aquellos que habitaban en ellas. También era muy común en estos corrales encontrar pozos de los que siempre manaba agua potable que se usaban para el regadío y el suministro de los residentes. Con el inevitable desarrollo de las comunicaciones y de la maquinaria de obras públicas el oficio terminó por desaparecer a mediados del siglo XX. Eso sí, dejando una huella profunda en nuestra historia más reciente. Porque como solía decir con acierto el escritor belga Maurice Maeterlinkc “el pasado siempre está presente”.