Este año los Jefes de Santo Domingo de Silos no han cabalgado por las calles de la villa
La fiesta, declarada de Interés turístico, se hubiera celebrado el pasado fin de semana, el último del mes de enero.
Cuenta la leyenda que durante la invasión musulmana de la Península, un ejército de moros puso sitio a la villa de Santo Domingo de Silos. Ante la desigualdad de las fuerzas encontradas, un vecino de la misma ideó una estrategia singular: simulando un incendio, y con él la destrucción de cuantos bienes hubiera en el pueblo, el enemigo daría por inútil cualquier intento de asedio. Y así fue. En la oscuridad de una fría noche castellana, ardiendo numerosas hogueras, resonaron gritos de alarma, retumbaron en todo el valle los ecos de cientos de cencerros en estampida y, por fin, el gran teatro del caos devastación dejó atónito al sitiador, quien optó por olvidarse de aquella villa arrasada por el fuego. Hasta aquí la leyenda que da origen a la fiesta.
Ésta tiene su verdadero inicio el día de reyes. En la tarde de la mencionada fecha, se procede al sorteo de los cargos de Capitán, Cuchillón y Abanderado entre los varones casados del pueblo.
En la mañana del último sábado del mes de enero, el pueblo se reúne en la plaza. Es el momento de ir a buscar a Los Jefes a sus respectivos domicilios. Los niños ataviados con chalecos y polainas de borreguillo y cargados con cencerros son la representación de los ganados que durante el incendio fingido de Silos se encargaron de provocar el mayor ruido y alboroto posible. Conducidos por el aire marcial del tambor, se procede a recoger al Cuchillón, al Abanderado y finalmente al Sargento. Completa la comitiva, se dirigen al Monasterio, donde la Comunidad los recibe en el patio de San José. Allí, el abanderado hace una demostración de su pericia y se entona repetidas veces el grito ¡Viva nuestra devoción al dulce nombre de Jesús y de María!
De nuevo en la plaza, tiene lugar la lectura del Pregón y, concluido éste se realiza una especie de presentación formal de los jefes del año. Todo el pueblo forma un gran círculo y en su interior cada uno de los jefes dará una serie de vueltas con aire gallardo y solemne, finalizado éstas con el consabido ‘Viva’.
A primeras horas de la tarde se celebra la Corrida de Gallos o Las Crestas, ritual antiquísimo en el cual los jefes, y posteriormente cualquier audaz jinete, habrán de intentar cobrar alguna de las viandas que cuelgan de una soga que es hábilmente manejada por un vecino para entorpecer las aspiraciones de los participantes.
Y tras Las Crestas, La Carrera de San Antón, prueba ecuestre en la cual los jefes y otros vecinos competirán por alzarse con la victoria en un breve pero complicado circuito urbano.
Con la llegada de la noche, se podrá disfrutar de uno de los actos más espectaculares y llamativos de toda la fiesta: Silos en llamas. Rememorando la hazaña de sus antepasados, fingirán que el pueblo es devorado por un pavoroso incendio. Se encienden hogueras por todos los rincones; los hombres, escoltando a los jefes, recorren varias veces el pueblo, portando teas e invocándolos nombres de Jesús y María; los más jóvenes se cargan de cencerros y provocan la realista sensación de una desbandada general de animales domésticos. En la plaza, una gran pira sirve de punto de reunión de todos los participantes y en torno a ella concluye esta jornada