Reportaje del País, la familia trabaja unida para el equipo de sus sueños
Todo el álbum familiar de los Vidorreta Larumbe está teñido de rojo Numancia. Andrés pasó del desempleo a convertirse en delegado del club, sus dos hijos juegan para el equipo soriano y su mujer descubrió su afición con ellos
Advertencia: termina con final feliz, pero como demasiados casos, el de los Vidorreta Larumbe comienza cuando la crisis económica se llevó por delante el empleo de Andrés como delineante, al que había dedicado casi tres lustros. Por placer, había entrenado en el colegio de sus hijos —de hecho en el salón de casa nunca pudieron tener mesita de café, obstáculo imperdonable para el balón— y, de pronto, de estar en el paro, pasó a convertirse en 2013 en el delegado del club de su ciudad de acogida, Soria, a trabajar para el CD Numancia, equipo en cuya cantera ya despuntaban sus chicos, Ander y Javier; sus andanzas por torneos de todas partes, de Bilbao a Suecia o Italia, convirtieron a María Eugenia Larumbe, su madre, a la que "tenían frita de tanto jugar o hablar de fútbol", no solo en la imprescindible utillera, sino en una entendida capaz de saber cuándo convenía un 4-3-3 o un 4-4-2. "¡Es que algunos entrenadores no lo hacen bien!", dicen sus hijos que le oyen gritar al césped o a la tele en ocasiones. Todo su álbum familiar está teñido de rojo numantino.
Andrés Vidorreta es navarro, de Fitero, donde conoció a María Eugenia Larumbe, Maru, la que se convertiría en su mujer, oriunda del valle del Baztán y nacida en plenos San Fermines. Ella, asistente social, se mudó a Soria porque allí los llevó a ambos la obligación laboral, y allí permanecieron y nacieron Ander (1997) y Javier (2002). La empresa de casas prefabricadas donde trabajaba Andrés quebró. Colaboraba para satisfacer su pasión balompédica en la ciudad deportiva del CD Numancia, sus hijos, el mayor, por entonces un mediapunta rubio y espigado, hoy convertido en uno de esos medios defensivos con criterio y mimo con la pelota, y el menor, Javier, un hábil goleador, militaban desde que tuvieron edad para ello en las categorías inferiores del equipo soriano y, de manera absolutamente inesperada, Andrés recibió una llamada con el ofrecimiento. Adiós al desempleo, gracias al fútbol. "Al principio no tenía idea de qué labores acarreaba el cargo, pero los responsables del club sabían que me gustaba mucho este deporte y confiaron en mí. Y acepté, claro".
Andrés sabe ahora definir su desempeño con una imagen muy ilustrativa: es, en cierta medida, el padre de todos los integrantes de la plantilla. "Los ayudas a buscar piso cuando llegan, te ocupas de la logística y viajes, eres su primer enlace de ayuda y, aunque signifique estar fuera del hogar cada 15 días, es un trabajo emocionante, con el sentimiento a flor de piel y todos a una esforzados semana tras semana".
"Tú me la pasas y yo la meto, ¿vale?", le dice Javier a su hermano mayor, cuando fantasean con jugar juntos en el CD Numancia
La alegoría que servía para describir su relación con los futbolistas se tornó más real el pasado verano. Su hijo Ander, capitán del equipo filial, que a punto estuvo de ascender a Segunda División B, pasó a tener ficha con el primer equipo para disputar LaLiga SmartBank. Su sueño de defender al Numancia en Los Pajaritos, siendo soriano, iba a cumplirse. La primera vez que, con el 27 a la espalda, saltó al campo, padre e hijo se abrazaron en la banda. Andrés, lleno de nervios, había dormido mal la noche anterior, y solo recuerda retazos de lo que se susurraron al oído en ese momento. "En el día a día es uno más, tenemos un trato completamente profesional pero, es mi hijo, ¡cómo no sentir lo especial de ese instante!".
Ander sí tiene grabadas esas palabras: "Sal a comerte el campo, me dijo". La grada de Los Pajaritos puede albergar casi a la cuarta parte de la población de Soria (en torno a 39.000 habitantes), y no tardó el estadio en conocer su historia y poner sus ojos en los Vidorreta Larumbe. Mucho más después de que, en la jornada 21ª, dos después de su primera titularidad (el 8 de diciembre ante la UD Las Palmas), el narrador del partido que los enfrentaba al Cádiz CF contara su relación durante la retransmisión televisiva. "El día de mi debut yo no tenía la certeza de que fuera a jugar, íbamos todos en el autobús, también mi padre. Un compañero, Héctor Hernández, fue el que se sentó a mi lado y me lo dijo. Me tranquilizó bastante, me ayudó a quitarme presión. Supongo que mi padre lo sabía pero, en esa situación, prefiero su silencio: siendo ambos profesionales", detalla Ander. No hay nadie hoy en Soria que no sepa de ellos, que se sienten infinitamente apreciados.
Javier, todavía juvenil, será el siguiente en la saga. Ya ha entrado en las convocatorias del Numancia B y, con el equipo de División de Honor, salió campeón, siendo el segundo máximo artillero e imponiéndose a equipos de la solera del Athletic Club, CA Osasuna o Real Sociedad. El título que él y sus compañeros conquistaron en Parma (Italia) en un torneo honorífico —su primer viaje al extranjero con la liturgia del equipo, una experiencia que, junto con su apellido serigrafiado sobre el '9' de su camiseta, lo acercó, dice, a sentirse futbolista— es de hecho el único trofeo internacional del CD Numancia, según confiesa sonriendo Andrés.
Antes de ser capaces de dar un paso detrás de otro con soltura, de bebés, ya pegaban patadas a la pelota, rememora su madre. "Recuerdo ir a esquiar toda la familia junta. Javi era muy pequeño y lo dejamos en la guardería, al volver, la cuidadora recuerdo que, asombrada, nos dijo: 'Nunca vi un niño tan pequeño que coordinara tan bien".
El propio Javier tampoco recuerda un instante de su vida sin fútbol, ningún atisbo de duda en su convicción por llegar a ser profesional. Pero también en este aspecto toma por ejemplo a su hermano Ander, que recientemente se licenció en Fisioterapia. "Hemos hablado mucho al respecto, sabemos, y nuestros padres nos han concienciado mucho sobre ello, que la mayoría de los jugadores con proyección se quedan por el camino. Los dos estuvimos seguros: hay que estudiar. Lo que no tengo claro aún es si haré lo mismo que mi hermano o me inclinaré por Ciencias del Deporte". Javier está en segundo de bachillerato, le quedan algunos meses para considerarlo.
"Sacan buenas notas, los dos son buenos chicos", confiesan sus padres al unísono. Aunque, con todas las cautelas, lo que empieza a asaltar las conversaciones de Ander y Javier una y otra vez es algo que, de momento, es una fantasía, y muy pronto podría dejar de serlo. "Tú me la pasas y yo la meto, ¿vale?", le dice Javier a su hermano mayor. "Si ya es bonito imaginar que, como sea, logramos ambos dedicarnos al fútbol, ¿cómo crees que nos sentimos soñando despiertos con hacerlo juntos y en el CD Numancia, el equipo de la ciudad donde hemos nacido y crecido?".