"En el vino, todo lo que hacemos, lo hacemos de verdad", afirma Fernando Ligero, de Lunas de Castromoro
La experiencia de estos años de Fernando Miguel Ligero Rangil, en bodegas de Aragón y La Rioja, le marcaba un itinerario a seguir. La demanda actual en el mercado del vino apunta a la calidad, la ecología y una garantía de trazabilidad. Había que intentarlo.
A mediados de esta década nació la idea de una bodega familiar. “Tuvimos la suerte de poder encontrar fincas con viñas centenarias”, comenta Fernando , afincado en el entorno de San Esteban de Gormaz, en el extremo oriental de la Denominación Ribera de Duero. Tras las gestiones, y con un buen trabajo de campo, se hicieron con cepas añejas, que datan de 1890 a 1920.
“Lo del vino me era cotidiano desde pequeño, con mi abuelo Miguel que regentó el Bar Rangil, mi tío Miguel Ángel, de Bodegas Rangil”, afirma Fernando, nacido en Soria, heredero de una familia muy ligada al vino, y que ha querido hacer de esta pasión una forma de vida.
La mirada se puso en la tierra de aquí, sin salir de la provincia en el marco de La Ribera de Duero, que ha conocido un importante incremento de bodegas en las zonas de San Esteban, Langa, Peñalba, Piquera, Atauta,… Cerca de 300 bodegas forman parte de esta demarcación, entre Soria, Burgos, Valladolid y Segovia, una zona seleccionada como Mejor Región Vitícola del Mundo en 2012.
“Hemos querido potenciar la biodiversidad del viñedo”, afirma Fernando, mientras continúa con el trabajo propio de estas semanas del año, con tormentas y una vegetación exuberante. Y es que uno de los principios fundamentales de esta iniciativa es la honestidad, que extienden a todo el proceso de mantenimiento y cuidado, fieles a una tradición auténtica que, durante siglos, ha perpetuado uno de los manjares de nuestra vida. “Todo lo que hacemos , lo hacemos de verdad”, afirma convencido de que es la línea a seguir, el sendero a recorrer para lograr el objetivo.
La bodega Lunas de Castromoro está bien pertrechada. A Fernando como enólogo, con la formación de agrónomo, se suma el ingeniero Jesús Ángel Ligero Rangil y el abogado José María Ligero Rangil. Los tres hermanos forman el tándem perfecto para que cada una de las tareas de esta iniciativa empresarial cubra bien todos los flancos.
ÁNFORAS DE BARRO
Este proceso ligado a lo más natural y ecológico no sólo se centra en el campo. Tras la primera elaboración, el vino descansa en ánforas de barro y barricas de roble, siguiendo prácticas que la revolución industrial del sector dejó aparcadas, al requerir una mayor atención y no adaptarse a una producción masiva y de mayores cantidades.
La iniciativa de los hermanos Ligero Rangil surge en un momento de cambio en la Denominación Ribera del Duero. A partir de este 2020 todos los vinos, blancos, tintos y rosados, se identifican con contraetiquetas de acuerdo a su elaboración y tiempo de envejecimiento en barrica. Los caldos se identificarán como genérico (incluyendo joven, roble vinos con crianzas no tradicionales), crianza, reserva y gran reserva. Es una prueba más de cómo se prima el proceso más ligado a la esencia del vino.
PRIMEROS CALDOS
Con gran ilusión y esfuerzo, la bodega sacará en 2021 los primeros caldos en una producción limitada a 1600 a 1700 botellas. Fernando prevé que la siguiente, la añada de 2019, alcance las 4.000 botellas. “¿Nombre?, todavía no sabemos, en un principio habíamos pensado ‘Rayo de luna’, en homenaje a Bécquer, pero al final no ha podido ser”.
“Está siendo un lujo trabajar aquí”, dice Fernando, consciente de que emprender cuesta, pero si lo que haces con ganas, constancia y, el trabajo te realiza, cuesta pero se lleva mucho mejor.
El futuro es prometedor. Cuentan con una ventaja clara: un viñedo excepcional. Tienen un potencial evidente: el trabajo hacia lo natural. Buscan un objetivo claro: hacer de su vino un placer. Es evidente un buen resultado.