Don Joaquín Arancón deja la parroquia de Duruelo a sus 80 años y tras haber pasado en este pueblo las últimas tres décadas

“En la vida como en el teatro hay que saber hacer ‘mutis’ a tiempo”

 

Duruelo de la Sierra se quedará en cuestión de semanas sin una de las figuras más importantes de las últimas tres décadas de la localidad. Don Joaquín Arancón, -cura de este pueblo pinariego durante los últimos 30 años y una de las personas más queridas entre los vecinos-, ha decidido retirarse a sus 80 años y comenzar un nuevo periodo de su vida más tranquilo, de reflexión y oración, conviviendo con otros párrocos retirados en la capital soriana, en la Casa Diocesana.

 

Tantos años al frente de la parroquia de Duruelo hacen de Don Joaquín Arancón uno de los curas más conocidos de toda la comarca pinariega. Nació en Aldealseñor, un pueblecito de Soria, un 12 de agosto de 1938 y fue ordenado sacerdote en el año 1961, en Vinuesa, como si el destino ya le indicase que la comarca de Pinares iba a ser parte imprescindible de su vida.

Fue en su pueblo natal donde dio su primera misa con los nervios de un principiante que emprende cualquier trabajo. Allí rodeado de todos sus vecinos y de su familia comenzaba una carrera dedicada a Dios y que, a pesar de su jubilación, no terminará nunca. “Tras mi estreno fui nombrado cura de los pueblos sorianos de Magaña, Povar y Villarraso donde estuve cuatro años. Después, fui cura de Castilruiz, Fuentestrún y Cigudosa donde estuve doce años más”, explica.

No fue hasta 1977 cuando Arancón llegó a tierras pinariegas comenzando su andadura como párroco de Navaleno, un pueblo donde todavía le guardan un grato recuerdo. Su carrera la continuó yendo a Soria por seis años de coadjutor en la parroquia del Salvador y fue en 1988 cuando pisó suelo durolense, el lugar donde decidió quedarse y donde se ha sentido como “un hijo más del pueblo”.

Recuerda este párroco aquellos años en los que llegó a Duruelo y la evolución que ha sufrido en todo este tiempo. “En los primeros años, en el terreno económico se vivía una época de gran esplendor gracias al buen funcionamiento de sus cooperativas madereras. Por desgracia la crisis ha afectado mucho a este sector y ha marcado estos últimos diez años. Naturalmente, esto influye también en la vida del sacerdote, porque “los gozos y las esperanzas, los dolores y sufrimientos de los feligreses lo son también del párroco”, confiesa Don Joaquín, recordando que en los años venideros, todo el pueblo ayudó para la restauración de los tejados y el interior de la iglesia, “algo de lo que estoy verdaderamente agradecido y vuelvo una vez más a dar las gracias”.

“Cuando yo llegué, había mucha población, muchos niños, familias jóvenes y también personas mayores que participaban activamente en el desarrollo de la vida parroquial, lo que hacía ilusionante mi trabajo. Ahora, lamentablemente ha bajado mucho la población, nos quedamos sin niños, sin familias que quieran vivir en los pueblos, y a eso se le suma que la gente participa menos en la vida de la iglesia”, explica.

Asegura Don Joaquín que de cura uno no se jubila nunca, “porque se es sacerdote para siempre. Pero la responsabilidad de estar al frente de una parroquia, con sus obligaciones, tiene un límite. Según el derecho canónigo, la edad oficial son los 75 años, aunque como consecuencia de la escasez de párrocos, el Señor Obispo nos anima a continuar algunos año más, si la salud responde. Yo he alcanzado los 80”.

Confiesa este párroco durolense que se lleva muchos amigos de este pueblo y que “guardará siempre gratos recuerdos de todos los vecinos. No sé si volveré en ocasiones señaladas, eso dependerá de las circunstancias, pero recordaré en mi oración siempre a Duruelo y a sus gentes. Y para que no pueda olvidarme, mis quintos me han regalado un cuadro con la imagen del Santo Cristo, que colocaré en la cabecera de mi cama”, añade.

Don Joaquín, dirá después de fiestas adió a Duruelo, marchándose a primeros de octubre. Seguro será un cura que pasará a la historia local por su bondad. “Me gustaría que me recordaran como un cura que ha querido a todos”, concluye, no sin antes acabar diciendo: “pido perdón si en alguna ocasión he podido ofender a alguien, doy las gracias por tantas satisfacciones que he recibido de vosotros, ahora me queda ofreceros mi oración por la prosperidad espiritual de este entrañable y querido pueblo”.