De concierto
29 de abril de 2020 (15:06 h.)
Yo ya no estoy para estos trotes… Mi hijo y sus amigos querían ir al concierto de no sé qué grupo famosísimo, maravilloso, estupendísimo y genial, pero que solo iba a ofrecer esa sesión en nuestro país. Menos mal que al menos la ciudad donde se hacía el concierto estaba relativamente cerca. Cerca… son tres horas de viaje, pero bueno, diremos cerca.
Podríamos haber intentado persuadirles de ir o, simplemente, habérselo prohibido alegando cualquier cosa: está lejos, la entrada es cara, trabajamos ese día y no podemos llevaros, y mucho menos ir solos… pero, la verdad, a los padres, en general, nos pareció injusto. Las clases habían terminado, y tenían un bonito verano por delante… ¿por qué no empezarlo así?
Así que nos organizamos en dos coches para llevarlos. Iríamos dos papás con cinco adolescentes locos por el rock. Ah, pero eso no es todo, no… El concierto era un viernes, pero desde el miércoles estaríamos allí. Haciendo cola… en la calle, sí. ¡En la calle! ¡Pero si ni en mis años de juventud he hecho esto! ¡Qué locura! Nos turnábamos para estar siempre dos o tres en la cola. Lo sorprendente es que, a pesar de estar dos días esperando, no éramos, ni mucho menos, de los primeros. Había gente que llevaba toda la semana.
En fin, a pesar de todo ha sido divertido, toda una aventura. Cuando algunos nos íbamos a comer, otros se quedaban en las sillas, cantando a voz en grito. Hasta el otro papá y yo nos hemos aprendido las canciones del grupito y hemos hecho los coros.
Cuando se abrieron las puertas, la marabunta de jovencitos (y no tan jovencitos) daba miedo. Cogimos buen sitio a pesar de todo. Varias horas después el grupo salió, la gente enloqueció, y nosotros con ella. Saltamos, bailamos, gritamos y nos divertimos muchísimo.
A la vuelta ninguno podía con su alma pero, de la excitación de la aventura, nadie podía dormir ni descansar en el coche. Ha sido divertido, y me ha gustado ver a los chicos en su ambiente, donde normalmente no nos dejan acceder. Pero, a pesar de haber vuelto a los quince durante unos días, confieso que me ha encantado volver a mis calmados cincuenta y tantos.
Podríamos haber intentado persuadirles de ir o, simplemente, habérselo prohibido alegando cualquier cosa: está lejos, la entrada es cara, trabajamos ese día y no podemos llevaros, y mucho menos ir solos… pero, la verdad, a los padres, en general, nos pareció injusto. Las clases habían terminado, y tenían un bonito verano por delante… ¿por qué no empezarlo así?
Así que nos organizamos en dos coches para llevarlos. Iríamos dos papás con cinco adolescentes locos por el rock. Ah, pero eso no es todo, no… El concierto era un viernes, pero desde el miércoles estaríamos allí. Haciendo cola… en la calle, sí. ¡En la calle! ¡Pero si ni en mis años de juventud he hecho esto! ¡Qué locura! Nos turnábamos para estar siempre dos o tres en la cola. Lo sorprendente es que, a pesar de estar dos días esperando, no éramos, ni mucho menos, de los primeros. Había gente que llevaba toda la semana.
En fin, a pesar de todo ha sido divertido, toda una aventura. Cuando algunos nos íbamos a comer, otros se quedaban en las sillas, cantando a voz en grito. Hasta el otro papá y yo nos hemos aprendido las canciones del grupito y hemos hecho los coros.
Cuando se abrieron las puertas, la marabunta de jovencitos (y no tan jovencitos) daba miedo. Cogimos buen sitio a pesar de todo. Varias horas después el grupo salió, la gente enloqueció, y nosotros con ella. Saltamos, bailamos, gritamos y nos divertimos muchísimo.
A la vuelta ninguno podía con su alma pero, de la excitación de la aventura, nadie podía dormir ni descansar en el coche. Ha sido divertido, y me ha gustado ver a los chicos en su ambiente, donde normalmente no nos dejan acceder. Pero, a pesar de haber vuelto a los quince durante unos días, confieso que me ha encantado volver a mis calmados cincuenta y tantos.