Vivir o vegetar: del ser y la pandemia
Como todos los años al inicio del verano, he retornado, desde los “reales de invierno” en la Costa Levantina, a Salas de los Infantes, el lugar de mis raíces . Y este año, por los problemas que la pandemia ha provocado, el reencuentro con los paisajes y mis gentes resultaba más anhelado.Pero, los muchos días de confinamiento frente a un mar a veces cabreado y enardecido y otras sumiso y lameculos , como muchos políticos; sin más compañía que los Episodios Nacionales y Las Guerras Carlistas, o “los partes de guerra” de las cadenas de televisión que hablaban y hablaban de la pandemia en Italia, Francia o Reino Unido y, sobre todo, en los Estados Unidos de América, han hecho que se nos fuera, de modo lamentable, medio año de nuestra vida.
Medio año de introspección y de abatimiento. Medio año de desazón, de preocupación por las décimas que una pequeña faringitis pudiera producirte cada tarde y de alerta por las sirenas de la policía y de las ambulancias que, como únicos vehículos, recorrían la calle debajo de mi terraza en las orillas del mar. Y la soledad…Recojo la reflexión de una tarde de confinamiento: “...…Así, el entorno de casa parece más irreal, más fantasmagórico. Solo algún gato, que ahora se ha hecho insolente, se pasea presumido por los jardines y por el mismo vial para vehículos. Además, hoy que el tiempo no es desapacible, el silencio invade todo el barrio, lo envuelve y parece como que lo arropara……. No se oyen ni vecinos , ni los graznidos de las gaviotas, ni el devenir de las olas en su intento por colonizar la playa, ni el temblor de los cristales cuando amenaza el levante o azota la lluvia; no, no se oye nada…… ¿ Estamos vivos ? ¿ Sigue la humanidad habitando este planeta?. “
Sí…, aún estamos vivos. Y ahora estoy en Salas, la pequeña ciudad que, a estas alturas de cualquier otro año, bullía de actividades culturales y sociales; que rezumaba alegría por cualquier rincón y las gentes se saludaban de manera cordial mostrándose el afecto contenido tras un largo tiempo de ausencia. Pero, no. En las calles y en los paseos, los paisanos muestran ahora el distanciamiento (a veces de una manera insociable y otras irascible) que las normas han impuesto. Y, lo que es peor, también el temor, a veces enfermizo, una posible infección del virus que pueda anidar en su organismo. Hay en la población como una psicosis de contagio; como si este medio año, con todas las limitaciones que el confinamiento ha causado respecto a la libertad de movimientos y a las prohibiciones del contacto con las demás personas, tuvieran una prolongación “sine die”. ¿No decían que este largo enclaustramiento iba a sacar lo mejor de cada uno ?.
El hombre es naturalmente sociable; necesita comunicarse con el prójimo , dialogar, intercambiar ideas, exponer sus afectos y tener relaciones más íntimas dando cumplimiento a la ley de la procreación. La abstinencia parece haberse impuesto para muchas personas y no es fácil conjugar el aislamiento social con la solución a algunas necesidades fisiológicas .No pretendo disculpar comportamientos disolutos de muchos jóvenes en los actuales momentos, pero muy dentro de mi ser entiendo que “Hay que Vivir”. Con coronavirus o sin él, en la senectud (como es mi caso ) o con una amplia expectativa de vida, hay que sacarle el máximo jugo a cada momento de la existencia. Reniego de la sola idea de vegetar.
No me entusiasmo con las teorías, tan en boga, de Orwell, ni, comulgo con Sócrates ( de conformidad con el Critón de Platón ) en su defensa del cumplimiento de unas leyes injustas que le llevaron a la ingesta de la cicuta. Es más, repudio con las fuerzas que me dan mis años cualquier Norma que considere que conculca alguno de los derechos esenciales por los que tanto luchamos las gentes de mi generación. Y por supuesto, tengo que rechazar de plano cierta “medicina de guerra” que, según opinión generalizada, se ha empleado en la época más crítica del contagio. Han pasado ya muchos siglos desde que los espartanos despeñaban a los recién nacidos con deficiencias mentales , a los delincuentes y a los ancianos dependientes, desde el monte Taigeto..Ahora, toca ocuparnos ( preocuparnos no) para vencer a un virus que ha irrumpido de manera imprevista en una sociedad que presumía de haber alcanzado unas cotas de desarrollo tales, que la hacían parecer inmune ante ataques como éste.
¿Hay esperanza?. Parece que sí. En el frescor de la noche, los niños vuelven a inundar el pequeño parque que hay frente a mi casa y sus risas y gritos, mientras juegan al pañuelo o al tres en raya, indican que se están liberando de la inhalación del anhídrido carbónico que podría procurarles la mascarilla impuesta Y transmiten una expectativa de vida de la que todos andamos muy necesitados. Ocuparnos y vivir. De nada sirven la protección desmedida o el enclaustramiento como en el siglo XIV ante la peste bubónica. Esperemos que la ciencia médica encuentre un paliativo efectivo y adelante en la resolución de la vacuna. Mientras tanto, intentemos vivir……No nos conformemos con vegetar.