El Cura Merino en la Guerra de la Independencia (I), por Jesús Cámara
La leyenda trazó sobre el Cura Merino, en estas tierras por las que anduvo, una red de historias sobre el guerrillero de las que es muy difícil separar lo histórico de lo legendario
Primeros años de Gerónimo
Gerónimo Merino Cob nació en el año 1769 en el pueblo de Villoviado (Burgos), cercano a Lerma, Su padre, propietario de tierras y ganado, tenía que ayudarse con el cansino oficio de la arriería.
A temprana edad inició los estudios de gramática latina en Lerma. Rodríguez de Abajo, soldado con Merino, contaba que tras los estudios de Lerma fue enviado «al colegio de San Gerónimo, en Burgos. Mientras que terminaba allí su curso de filosofía y seguía el preparatorio de teología, perdió a sus padres». Regresó a Villoviado. Cuando enfermó el cura del pueblo le estimularon a terminar los estudios para ser sacerdote. Cantó su primera misa en 1796 en la iglesia San Vitores de su pueblo de la que tomó posesión de la parroquia, ejerciendo hasta 1808.
Ramón de Santillán, natural de Lerma y guerrillero con Merino, dirá que «fue mal estudiante en su juventud y solo pudo obtener el curato de su pueblo por ser el único aspirante a él con derecho patrimonial. Dependiendo del Abad de Lerma, este se vio frecuentemente en la necesidad de imponerle penas correccionales, porque sus costumbres distaban bastante de ser las que su estado de cura párroco exigía». También dirá que no era Gerónimo de los curas de más arreglada conducta, sino que, por el contrario, parecía hacer alarde de instintos semejantes a los de su hermano [contrabandista]. Se presentaba en los mercados de Lerma siempre con un caballo y en una actitud que imponía a las gentes, pues, aunque su estatura no pasaba de cinco pies y dos pulgadas, y su cuerpo era regular, tenía la mirada feroz y su color, naturalmente moreno, estaba ennegrecido con el ejercicio continuo de la caza. Se le atribuyó ser “cura de misa y olla”; es decir, su quehacer se limitaba a decir las misas y a saciar su apetito.
AÑO 1808. EL EJÉRCITO DE NAPOLEÓN INVADE ESPAÑA
El ejército de Napoleón a finales del año 1807, con el pretexto de conquistar Portugal avanzó sobre España con 24.000 soldados de infantería y 3.500 de a caballo. Las tropas francesas se trasladaban sin ningún tipo de provisiones. Los pueblos y ciudades por donde pasaban debían abastecerlas de alimentos.
Fernando VII pasó por Burgos el 12 de abril de 1808, camino de un encuentro con Napoleón en Vitoria, lo que nunca se produjo. Soldados franceses detuvieron en Burgos el 18 de abril de este año un correo español que viajaba de Vitoria a Madrid para comunicar que el rey había llegado a la capital alavesa en su periplo hacia Bayona, y le desvalijaron. Los burgaleses se manifestaron ante el intendente español, llegando a proferir gritos como “Muera, que no hay justicia en Burgos”. Este se refugió en el palacio episcopal, adosado a la catedral, donde se alojaba la guardia francesa. Los burgaleses gritaban “Fuera esa guardia” al mismo tiempo apedreaban el palacio. Los soldados franceses dispararon y mataron a tres burgaleses. Este hecho es conocido como el “Dos de Mayo Burgalés”.
Lerma se encontraba en el camino de Burgos a Madrid y por él transitaban los ejércitos españoles y franceses. El Palacio Ducal estaba tomado por los franceses con aproximadamente 50 hombres como punto de apoyo a los correos, suministros, convoyes y tropas en tránsito. El 9 de abril de 1808 los alcaldes de Lerma reconvinieron al alcalde de Villalmanzo, Martín Cogollos, para que velase por el cumplimiento del “bando de buen gobierno y mejor unión” dictado por las autoridades españolas para acoger a las tropas francesas que venían como “amigos”. El edil y su hijo se negaron. Se convirtieron así en los primeros héroes de esta guerra.
Las noticias de los sucesos del Dos de Mayo Madrileño junto con un parte oficial del general francés Murat llegaron a los pueblos durante este mes y los ayuntamientos fueron obligados a dictar bandos para recoger las armas de fuego, prohibir las reuniones de todo tipo y las salidas nocturnas...
Se atribuyó la salida de Gerónimo Merino a la guerra «a la irritación que le causó una partida francesa que, pasando por su pueblo, le obligó a marchar a pie con ellos sirviéndoles de guía por un espacio de más de dos leguas». Según otro compañero de armas, la motivación de Merino fue porque los franceses violaron a su hermana menor de 8 años. No se conserva ningún documento que arroje luz al respecto.
Pudo apreciar Gerónimo el maltrato que recibía la gente de su pueblo por parte de las tropas francesas lo que le incitó a convertirse en guerrillero. «Entonces hubo una decepción inmensa y una inmensa cólera: entonces en todos los corazones hubo ardor unánime de venganza, una gloriosa fiebre de patriotismo, un irresistible fervor de nacionalismo. Ese pueblo traicionado no conoció más que un deseo, una necesidad: expulsar al extranjero, vivir o morir español. El sentimiento religioso que se calentaba con los ardores de la persecución, se unió pronto al sentimiento nacional contra los franceses».
Merino dio comienzo su hostigamiento a las tropas francesas cerca del camino real de Burgos a Aranda de Duero, primero solo, después acompañado tras lo acontecido el 2 de mayo. «Armado de una escopeta en el mesón de Quintanilla [de la Mata], fue a ocultarse en un monte inmediato, y uno de los correos franceses enviados de una división a otra, fue muerto por un certero tiro». En el mes de junio ayudado por dos hombres interceptó correos franceses y volvió a casa. El 10 de agosto, según su expediente militar, con 39 años empezó a servir a la nación española con una partida de seis hombres: el cura de Pineda Trasmonte (Domingo Hortigüela), un fraile benedictino de San Pedro de Arlanza (Juan Martín), otro religioso del que desconoce su nombre y dos antiguos militares vecinos de Lerma. La “partida” la formaban pocos hombres armados que permitían al que mandaba el control inmediato de todos ellos en el combate. Se dedicaron a interceptar correos franceses. Sus armas se reducían a un trabuco, una excelente escopeta, pistolas, cachorrillos en el bolsillo y cuchillo de monte al cinto.
El 10 de agosto de 1808 los soldados franceses a su paso por Lerma hacia Vitoria tras la derrota de Bailén se comportaron como dueños; robaron el ganado; sometieron a vejación a las gentes; provocaron escenas de brutalidad; violaron a las mujeres; saquearon iglesias en busca de oro y plata; dejaron tras de sí un rastro de sangre y pólvora... Los lermeños huían. Pasaron por Lerma un tiempo después las tropas españolas del ejército extremeño hacia Burgos, que sería derrotado en la batalla de Gamonal el 10 de noviembre. Esto propició una estampida de civiles y militares hacia Aranda, que realizaron un saqueo general en casas y conventos. La caballería francesa de Lasalle llegó tras ellos con el consiguiente saqueo. En pocos días pasaron por Aranda y Lerma 100.000 hombres.
Muchos burgaleses, en un ambiente de confusión y miedo, empezaron a dirigirse a los territorios libres de franceses para unirse a las tropas y guerrillas. En todos los pueblos situados a media legua del camino real se alistaban al llamamiento de cualquier autoridad. Las partidas se componían de una amalgama de hijos de labradores, estudiantes, artesanos, jornaleros... A ellos se unieron vecinos hambrientos que tenían poco que perder, desplazados, contrabandistas, fugitivos de la justicia o soldados dispersos que, separados de sus divisiones, deambulaba sin rumbo fijo. Otro colectivo guerrillero muy numeroso lo conformaban los clérigos, hecho que remarca el carácter de cruzada promovida desde los ámbitos de la Iglesia.
Gerónimo se convirtió en un líder natural entre familiares, gente de su pueblo y de los de alrededores, sacerdotes y religiosos… La sublevación la realizó en defensa del Altar y el Trono (fe católica y patria). La usurpación del trono por parte del rey impuesto José Bonaparte I, que defendía un estado liberal bajo una constitución que atentaba contra sus privilegios de origen divino fue inadmisible para su mentalidad. Comenzó entonces el Cura Merino a tejer una red de relaciones, sobre todo con los curas y personalidades de los contornos, y a instruir a los campesinos bajo una de la Mamblas de Covarrubias. Sin abandonar su pueblo se dedicaron a matar y aprisionar silenciosamente franceses, sorprendiendo correos y soldados aislados.
LA GUERRILLA Y TÁCTICA DE MERINO
Los guerrilleros empuñaron las armas para proteger sus pueblos y a sus habitantes; tampoco faltaron los eclesiásticos, que reaccionaron a causa de las medidas napoleónicas anticlericales de disolución de las órdenes regulares masculinas, la venta de sus bienes y la abolición del tribunal de la Santa Inquisición. La guerrilla se convirtió en el modo más eficaz de hostigar al ejército francés y de mantener viva la llama de la insurrección antifrancesa en las zonas en las que los ejércitos españoles o aliados no pudieron operar durante muchos años.
El 28 de diciembre de 1808 la Junta Central Suprema desde Sevilla, en sustitución de Fernando VII confinado en Bayona (Francia), llamó a la rebelión y a la insubordinación al rey intruso y promulgó en nombre del rey el Reglamento de Guerrillas. Fijaba que los fines de la guerrilla era evitar la llegada de subsistencias (a los franceses), hacerles difícil vivir en el país, destruir o apoderarse de sus depósitos, fatigarles con alarmas continuas, sugerir toda clase de rumores contrarios, interrumpir sus correos, apoderarse de su ganado, observar el movimiento de sus ejércitos, en fin, hacerles todo el mal posible. Se indicaba que cada partida constara de 50 hombres a caballo y de otros tantos a pie. Por el decreto de la Junta Suprema de 17 de abril de 1809 se avisó a las autoridades que debían pagar los víveres y bienes que la guerrilla requisase y que cuando pudiera el estado lo reintegraría, lo cual hacía que los habitantes no se enfrentasen a la misma. El pago de lo incautado no lo reembolsó el estado a causa de la completa ruina de la provincia y del país por causa de la guerra. Varios artículos de decreto hacían referencia a que las autoridades debían ser informantes de la guerrilla.
Uno de los objetivos principales de la guerrilla era interceptar los correos franceses. Si iban solos o con pequeña escolta eran presa fácil para los guerrilleros. La guerrilla era una «prolongada y desmoralizadora pesadilla» para el ejército francés. Para evitar las emboscadas el ejército francés se vio obligado a utilizar miles de hombres en la protección de convoyes; alguno de estos necesitó 1.200 soldados de apoyo. Cruzar España se convirtió en una operación militar para los franceses. El alto funcionario francés Miot de Melito escribía: «Un ejército invisible se extendió sobre casi toda España como una red de la cual no escapaba ningún soldado francés que se alejara un momento de su columna o de su guarnición. Sin uniforme y en apariencia sin armas, los guerrilleros escapaban fácilmente de las columnas que les perseguían y muchas veces las tropas que iban a combatirles pasaban por medio de ellos sin saberlo».
La reunión de las unidades de Merino se producía únicamente en el momento de la acción, de forma que los hombres podían marchar a sus casas cuando no se les necesitaba. Armar a los hombres a costa del enemigo no resolvía el problema, faltaban municiones. Si el enemigo iba tras ellos, se dispersaban y, pasados unos días, volvían a encontrarse en un sitio previamente convenido. Vivían con lo que quitaban a sus presas: caballos, armas, trajes, dinero... y no desdeñaban el uso del arma blanca.
Una de las cualidades de la caballería de Merino era su movilidad, pues la partida lo mismo que se formaba, se agrupaba y actuaba, se deshacía y se dispersaba. Tenía un conocimiento pleno del terreno y la creación de una red de confidentes... El soldado francés iba mucho más equipado que el guerrillero, con 25 o 30 kilos más, pero esto les hacía ir más lentos. Las acciones consistían en sorpresas fijas o emboscadas seguras. Si el encuentro se tornaba adverso y la superioridad del enemigo lo aconsejaba, la retirada a zonas agrestes y a guaridas escondidas constituía la mejor solución. La huida estaba presente tanto como la sorpresa. Para huir del campo de batalla era imprescindible el caballo, el cual lograban en muchas ocasiones robándoselo al enemigo, y quienes no tenían montura debían montar con rapidez en la grupa de los caballos de los compañeros. Dispersaba sus soldados con la misma facilidad que los reunía, dividiéndoles hasta el infinito. Sorprendía y apresaba correos, convoyes, partidas y destacamentos, picaba retaguardias, librando a los pueblos de vandalismos de pequeñas fuerzas, y distrayendo de otros puntos la atención de los contrarios.
Importante fue la transmisión de información. Espías, confidentes y delatores plagaban el territorio, por lo que resultaba difícil que las columnas francesas sorprendieran a las partidas antes de que éstas se enteraran de sus intenciones. El suministro de noticias o rumores solía recaer en mujeres, menos expuestas al control de los gendarmes. Los día de mercado era el momento apropiado para las confidencias. Todos los movimientos de los franceses eran conocidos por los guerrilleros. La guerrilla se apoyaba en la colaboración constante de la población, que ocultaba sus movimientos, custodiaba los depósitos de armas y municiones, abastecía a los combatientes y curaba a los heridos. Merino colocaba centinelas por todos los caminos que se dirigían a las poblaciones guarnecidas por el enemigo.
Merino era astuto y valiente, pero no temerario. Nunca se arriesgó en acciones que pudieran poner en graves aprietos a sus hombres.
Una consigna de Merino era decir a sus hombres que apuntasen al más “majo”, es decir a los jefes del ejército francés que vestían con un uniforme mejor o más bonito. Para instruir a la caballería, su ayudante Ramón de Santillán tradujo el reglamento táctico francés. Decía que tropezaba con el obstáculo de la incapacidad de Merino, que no tenía conocimientos militares, para la organización de la infantería que se hallaba siempre expuesta a una catástrofe. Incidía sobre las carencias de instrucción de las tropas de Merino y de los mandos, principalmente de la Infantería hasta la llegada del sargento mayor López Angulo. Temía ver derrotada la infantería en terreno llano al ser atacada por la caballería.
La falta de munición les llevaba a evitar al máximo el uso de las armas de fuego; un disparo para aturdir e inmediatamente, el empleo de la bayoneta.
La guerrilla exigía víveres y materiales como pago por proteger a la vecindad. Sin el apoyo popular no tenía futuro la lucha. Trató Merino de actuar de la forma menos perjudicial para los vecinos. La presión de las partidas legalmente sometió a una dura presión económica a los pueblos, que sumada a la ejercida por los franceses hizo que en numerosos lugares no fuera bien vista.
La única medida que tomaron los ocupantes franceses contra los guerrilleros fue la de destinar destacamentos a perseguirles y combatirles, pero estas tropas eran renovadas constantemente, impidiendo que se habituaran al terreno y a la forma de combate. Se mostraban inútiles para esta misión. A lo que se sumaba que eran soldados poco experimentados que tenían mucho miedo a las guerrillas.
En la guerra Merino «era sumamente sobrio, no bebía vino ni aun tomaba alimento que tuviese vinagre: con dos jícaras de chocolate y algún vaso de leche, a que era muy aficionado, pasaba veinticuatro horas o más sin resentirse. Su sueño era muy corto y ligero que rara vez duraba más de tres horas y ordinariamente en un banco o en el suelo. A cualquiera hora de la noche montaba a caballo sin que le detuviera el agua ni el frío. Con estas continuas y repentinas excursiones hacía creer que vigilaba por la seguridad de sus tropas y le daban sobre estas un ascendiente que nadie podía reemplazar». Estaba en continuo movimiento por las sierras. «Tuvo que dormir inviernos enteros en los corrales y debajo de los árboles».
LOS CURAS
La iglesia española se conjuró en está época contra los franceses que habían abolido la Inquisición, trataban con dureza a los monjes de los conventos y contrololaban a los sacerdotes. El clero patriótico hizo apología de su participación activa en la guerra, incluso tomando las armas, algo que estaba prohibido en el derecho canónico. Consideraron esta guerra como santa, justa y necesaria. Para Merino luchar contra los enemigos de Dios era perfectamente legítimo al igual que san Agustín reclamaba que la espada y el poder civil se pusieran al servicio de las persecuciones religiosas remitiéndose a la autoridad del Antiguo Testamento, en concreto al paso de los Salmos 72,11: «Le adorarán todos los poderes de la tierra y todas las naciones le servirán»
Los eclesiásticos eran los más sospechosos para los franceses por ser los más letrados de la época y los más atrevidos en sus palabras contra ellos desde los púlpitos. En agosto de 1809 José Bonaparte decretó la supresión de las órdenes religiosas cuyos bienes debían pasar a la nación.
La partida de Merino se había reforzado con buena parte de eclesiásticos. Los curas tenían gran capacidad de dirigir la opinión del público y ponerse al frente de las guerrillas. Allí estaban, vestidos de manera pastoril, los curas de Coruña del Conde, Tinieblas, Huerta de Abajo, Palacios de la Sierra, San Leonardo, Espeja y La Gallega; fray Juan Martín, monje de San Pedro de Arlanza; y los ermitaños de San Roque, San Juan y Nuestra Señora de la Cuesta, que, imitando el gesto de Merino, habían cerrado la parroquia y se alistaron para cazar enemigos de la religión. Estaban encargados no solo de agenciarle todas las noticias posibles sobre movimientos de tropas francesas sino también de reunir toda la pólvora, balas y armas que hubiera a su alrededor. Luchaban rabiosamente contra los franceses por defender la Iglesia. El toque de campanas fue visto como potencialmente subversivo por lo que los franceses lo regularon. Se prohibió hacerlo después de la puesta del sol; no se exceptúaba el toque en caso de haber algún incendio.
El poder del clero se verá representado en la composición de la Junta Superior Provincial de Burgos. De sus seis componentes en la primera época, tres serán clérigos.∎
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
BORREGUERO BELTRÁN, Cristina. Burgos en la Guerra de la Independencia. Cajacírculo, 2007.
CHAO, Eduardo; CHAMORRO, Pedro; GÓMEZ-COLÓN, José María. Galería Militar Contemporánea
GALLEGO GARCÍA, José Antonio. El cura Merino. El vendaval de Castilla (I). Foro para el Estudio de la Historia Militar de España., 2018.
PARDO DE SANTAYANA, José María. El fenómeno guerrillero en la Guerra de la Independencia. Institución Fernán González.
SANTILLÁN, Ramón. Memorias (1808-1856). Madrid, 1996.