"El niño que aprendió a nadar antes que a hablar en el Molino de los abuelos Pedro y Justa"
Hijo de Pedro y Justa, el pequeño Julio nació un 16 de abril de 1946 en el Molino de la Loma de Salas de los Infantes. Fue el menor y el único varón de seis hermanos: Valentina, Rufina, Petra, Milagros y Ángeles. Se crio en en un ambiente de trabajo y de esfuerzo en torno a las tareas diarias del Molino de sus padres.
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El gran filósofo y escritor Mirko Badiale lo dejó muy claro: En cada niño se debería poner un cartel que dijera: tratar con cuidado, contiene sueños. Porque son los sueños la brújula de nuestras vidas. Tal vez por eso Pedro y Justa decidieron cumplir el suyo construyendo una gran familia. El pequeño Julio nació rodeado de amor un 16 d abril de 1946 en el Molino de la Loma de Salas de los Infantes. Fue el menor y el único varón de seis hermanos: Valentina, Rufina, Petra, Milagros y Ángeles. Por eso creció amamantado por el cariño, los besos y los abrazos de su familia. Y lo hizo además en el Molino, un reino mágico donde vivir, soñar y jugar. Allí, en aquel Arlanza bendecido y domesticado se dio sus primeros baños. Allí aprendió a nadar, a coger cangrejos y picaduras y a pescar las truchas que nadaban salvajes en el histórico río castellano. Aquel niño pronto entendió también que había que trabajar para poder llevarse un plato de comida a la boca. Alimentando a los animales, haciendo y llevando la molienda a cada casa subido en el burrito del Molino.
Y aquel niño salvaje, travieso y juguetón pronto se hizo hombre. España se vestía de modas y ritmos y música y color llegados de otros países de Europa. Nuevos aires de libertad que vestían con ropas ligeras aquellos pueblos acostumbrados al silencio y al trabajo. Julio era un adolescente de complexión fuerte y de carácter recio y honesto. Un adolescente que disfrutaba de su tiempo libre en compañía de amigos inseparables y eternos. “Chuchina”, Felipe el de Castrrovido, Pascual, Chema, Ricardo, el Sulpi o Luis formaban una cuadrilla de quinceañeros que siempre estaba en todos los “fregaos”.
El alma de aquel niño salvaje que amaba la naturaleza se había convertido en el corazón de un hombre que soñaba con conocerla y conquistarla. Una naturaleza virgen que componía cada día melodías maravillosas y eternas. Con sus riscos tan inalcanzables como el firmamento o sus arroyos salvajes en los que bañaba su cuerpo y también sus miedos y esperanzas. Y aquellas nieves que componían acuarelas maravillosas sobre su piel desnuda y expuesta. Nieves que barnizaban y acariciaban Las Calderas, uno de los lugares en los que se perdía sin querer regresar jamás junto a Toño Azua, uno de sus mejores amigos de aventuras. Cameros y la Laguna Negra también formaban parte de su vida. Tanto como la sangre o el aire forman parte de la nuestra. Y así fue como Julio fuel componiendo su vida, su personalidad y el ropaje de sus sueños. Convirtiéndose en un experto en senderos, rutas y vericuetos y un maestro en el arte de la corta de madera. De vez en cuando la llamada del mar cantábrico le hacía viajar a San Vicente de la Barquera. Movido por el deseo de bañarse en el mar del Norte y de pescar atún junto a amigos de la así llamada Cantabria Infinita.
Julio comenzó pronto a trabajar. El Molino lo había curtido tanto como las guerras curten a los soldados. Su primer empleo llegó en 1961 y su jubilación tuvo lugar en 2011. Entre otros muchos cargos llegó a ser director del Partido Judicial, del Inem y del Ecyl. También fue un gran defensor de los cotos de caza y de pesca de la comarca. Apasionado del mundo del vino, llegó a ser un gran conocedor del Ribera del Duero. Muchos fueron los viajes a las bodegas de Balbás para intercambiar las mejores carnes por los mejores vinos. Y aquellos almuerzos interminables en compañía del fuego y de sus mejores amigos. Saboreando la vida. Bocado a bocado. Siempre poquito a poquito como quién nunca quiere que termine su primera noche de amor. Y en el recuerdo, los momentos mágicos vividos junto a grandes amigos como Emeterio el de Silos, Isidro Martin, los Juamba, los Maeso, los Ureta de Quintanar, Arturo Rica o Felipe el de Arauzo de Miel. O aquellas calderetas llenas de magia y sabor que preparaba el gran abuelo Bernabé.
También compartió una amistad maravillosa con Lourdes, Leo, Almudena y Belén, sus compañeros en la oficina del Servicio Público de Empleo de Castilla y León. Julio además solía pasearse orgulloso por Salas a lomos del dumper, el patrol o una moto como quién pasea con un tanque después de la victoria en la guerra. Primero paraba en el Rojo para después visitar el Ferrari y el Tilos donde era siempre muy bien recibido. Le gustaba hacer la compra en la tienda de Jesús el de San Miguel por el aprecio y el cariño construidos durante toda una vida.
Sin embargo, todos sabemos que a la vida le acompaña inexorablemente la muerte. Julio enfermó y comenzó una lucha titánica contra el cáncer al que estuvo a punto de vencer. Tiempo en el que siguió disfrutando de sus pequeños placeres. De sus paseos, de la naturaleza, limpiando y ordenando el molino de los abuelos, cortando leña y disfrutando de almuerzos tan sabrosos como sencillos junto a los suyos. Al final, como sucede siempre, la muerte venció. Y hoy queda el trato maravilloso dispensado por los facultativos de la Planta de Oncología del Hospital Universitario de Burgos. Y queda también el cariño dispensado por Leonor, Irene, María José y Laura Olalla que lo acompañó en el último tramo de la enfermedad guiándole como un ángel en los últimos días de su vida.
Y es que la verdad es eterna y nos deja claro que nacemos solos, vimos solos y morimos solos. Todo lo que está en medio es siempre un maravilloso regalo (Yul Brynner).