viernes. 22.11.2024

La casita de fresa y piñas, por Juan Largo

Mira la casita que testoy haciendo, Miguelita, es toa pa ti si quieres, logo le pones algo de techo, pa que no nos helemos en invierno… 

Te hice la casita para ti, porque me iba a casar contigo, ¿te acuerdas?... El señor de la casa grande de al lado estaba corriendo por el monte, entre las peñas, le decían que era rojo y que tenía un hermano un poco ido que estaba de vacaciones en el pueblo tras estar recluido en la capital, que era quien me regalaba pajaritas de papel que él hacía y me las pasaba por las bardas, luego en mi casa entraban los azules y nosotros éramos azules, por lo visto, mi padre comía en el comedor con uno de ellos, y que todas las fuerzas eran precisas para salvar a la patria, decía, iba y venía la gente por la calle y por la plaza, tú me decías que esa casita era para mí también, mira, me decías, le pongo estas piñas y, con las fresas, ya es una casita que se puede habitar, luego te dije yo: para cuando nos casemos, y me dijiste que sí que te ibas a casar conmigo, que yo era tu novio y tu prometido, y que te gustaba mi pelo ensortijado y negro y que la casita era para meternos por las noches en invierno cuando nieva como nieva aquí en lo de los pinos, a mí me gustaban las fresas, las había comprado mi madre en el mercado ambulante y tenía uno un montón de fresas, fresas rojas para la casita que le daban mejor gusto, y que no venga el lobo, no, me dijiste tú, que nos deshace la casita con sus patas y hocico, ni que venga el oso con su lengua para lo dulce, luego te dije que nos casaríamos por San Lorenzo en una boda con gaiteros y con tambores, una, dos filas de gaiteros y tambores y muchas flores para cuando saliéramos por la puerta de la iglesia y todo el mundo aplaudiendo a la novia porque era la novia más bonita del mundo entero, arroz y flores rojas, no porque le quisieras llevar la contraria a mi padre, que era azul, con el rojo y su sentido, de todos modos la casita que hicimos era roja como las fresas y no te olvidaste tú, Miguelita, de que estábamos en la comarca de los pinos y que era alto el pinar hasta el Urbión y que de ahí nacía el río que iba tan largo, hasta el océano, me gustaba ver tus pantorrillas con calcetines blancos y aquel era el año en que el lío de las banderas se había desatado, estábamos a dieciocho de aquel julio y mi padre comiendo con un general, la mejor comida del pueblo para el señor general, mientras el vecino de la casa de al lado, el hermano del que me hacía pajaritas, estaba escondiéndose como un lobo por el monte, no lo iban a cazar, solo que él tenía la bandera roja, volaron aviones por el cielo, nos prometimos porque, tras hacer la casita en el jardín, yo te di un poco de fresa para tu lengua de princesa, yo iba a trabajar de Ingeniero de Montes, y te llevaría cada día una fresa para tu paladar, y ahora me dices que aquí estamos los dos, en esta Residencia y que los otros se van yendo, yendo y dejándonos solos, para eso, me dices, para estar aquí juntos, al final no nos teníamos que haber separado cada uno por su lado desde aquel año, yo me fui a la Marina y tú te hiciste maestra, tuvimos hijos con otra y otro y, mira las vueltas que da el mundo, al final estamos los dos en el mismo sitio, ahora es malo este contagio, se nos van de las manos, pero solo tú y yo nos quedamos, y te voy a hacer una casita de fresas y tú le pones piñas, aunque solo sea para el invierno, que aquí es muy malo, Miguelita…

La casita de fresa y piñas, por Juan Largo