Comarcalización, por Luis Marcos

La despoblación rural, que está arrasando más de 5.000 municipios en roda España, fundamentalmente en ambas Castillas y Aragón, afectados por el envejecimiento, la marcha de jóvenes y mujeres, la perdida de los servicios públicos más básicos, y el olvido de los estamentos políticos y empresariales, nos exige poderosos desafíos que eviten el colapso demográfico de nuestros pueblos.

En muchos casos, la  posibilidad endógena de revertir la desaparición de los pueblos es prácticamente nula, lo que impulsa a los expertos en la materia a afirmar que o hay repoblación con personas vinculadas familiarmente o procedentes del ámbito urbano o se extinguirán. 

Entre ese plural y variopinto mundo de interesados en mantener un mundo rural vivo y dinámico, donde cada uno tiene sus recetas y es tan difícil llegar a consensos, una de las pocas medidas que genera unanimidad es la necesidad de dotar de más medios a los ayuntamientos y convertir a las administraciones más próximas a la gente rural, en el elemento que pivote la lucha contra la despoblación. Sin embargo, la realidad de la mayor parte de nuestros pueblos y municipios habla de entidades tan diminutas, con tan exiguo capital humano y con carencias técnicas y materiales tan cuantiosas, que realmente es extraordinariamente difícil que esos ayuntamientos puedan, por si solos, impulsar acciones sociales, económicas, ambientales o culturales de cierto calado o complejidad, orientadas a la repoblación rural.

La ordenación del territorio rural, se convierte por tanto en una herramienta fundamental para abordar la repoblación rural que nuestro territorio necesita… Una necesidad que ni Castilla y León ni Castilla-La Mancha han sabido abordar en sus cuarenta años de existencia como comunidades autónomas diferenciadas, a pesar de mil planes, propuestas y modelos que nunca se han llegado a plasmar en la realidad; Aragón, en cambio, ha sabido implantar un modesto modelo de comarcalización que en cierta medida ha sabido retener actividad económica, capacidad de decisión en la planificación y prestación de servicios en el propio territorio rural.

La comarcalización pretende crear un marco territorial coherente, que impulse la acción colectiva de los municipios, potenciando su limitada capacidad para ejecutar proyectos por separado y que, por otro lado, presente a dimensión suficiente para recibir los recursos materiales, técnicos, humanos y económicos que las administraciones más lejanas (como las Diputaciones o los Gobiernos Autonómicos) gestionan de forma ineficiente, cuando no de manera claramente clientelar.

En una gestión política del territorio que priorice ante todo la lucha por la Repoblación Rural en las comarcas vaciadas y envejecidas, la Comarca se convertiría en el instrumento básico de la gestión del agua, de los residuos, del medio ambiente, de las infraestructuras de proximidad (donde juega un papel capital la conectividad digital), de la atención primaria sanitaria, de los servicios sociales y de la educación infantil, primaria y secundaria. Pero en la clave repobladora de la que estamos hablando, la Comarca es el entorno idóneo para pilotar proyectos económicos, sociales y ambientales que fijen población, que potencien los recursos culturales, patrimoniales y naturales endógenos del territorio, que se conviertan en vector de atracción de neorrurales urbanitas, que tengan capacidad tractora para acciones inversoras de calado… en definitiva actuaría como una auténtica Agencia Territorial por la Repoblación en un ámbito humano y espacial concreto y diferenciado.

La comarcalización, no es una curiosidad administrativa en manos de técnicos o políticos ajenos al medio rural (como ocurre en muchos casos con las diputaciones o los Gobiernos regionales), sino una herramienta eficiente que dedique hasta el último euro en su territorio (por ejemplo, en el caso de la Diputación Provincial de Burgos, solo el 20% de su presupuesto llega directamente en inversiones concretas a los pueblos) y que unifique el caótico y poco práctico mapa de prestación de servicios en el mundo rural, donde un mismo pueblo puede pertenecer a media docena de mancomunidades distintas según la temática que gestione: grupo de acción local, agua, turismo, residuos, sanidad, educación, forestal, agricultura, etc… Pero la Comarca, no se contenta con ser una gran Mancomunidad, que no sería poco, sino que su verdadero sentido surge de su potencial transformador social, con una estructura como los municipios: de base democrática, elegida por la gente, participativa y transparente, que ordene el desarrollo rural según los recursos propios, según los intereses y prioridades de sus habitantes, es decir de manera endógena y autocentrada. Porque no lo olvidemos, hay intereses detrás del vaciamiento de nuestras comarcas, que desean usar nuestro territorio como aves de rapiña, para expoliar nuestros recursos, pero sin que retorne ningún beneficio para los pobladores y comunidades locales: macrogranjas, grandes explotaciones agrarias, minas, canteras… pilotadas por empresas de fuera, que devastan nuestro agua, nuestro paisaje, nuestros pueblos, a cambio de unas migajas.

Nuestra Comarca de Pinares, este vastísimo territorio burgalés y soriano, vertebrado por la N-234, en la zona noroccidental del Sistema Ibérico, que tiene en los bosques de nuestros montes su seña de identidad, tierra de celtíberos, de pastores, de resineros, de carreteros, de madereros… puede tener un futuro mejor, más nuestro, si dejamos de pensar exclusivamente en nuestro pueblo y tenemos la grandeza de colaborar con nuestros vecinos para construir un futuro más próspero para todos.

 

Luis Marcos (Rabanera del Pinar).