Celebras las alegrías no las tristezas, obviamente. Y como hay que ser positivos…¡ mejor celebrar!
Yo soy más de evaluación continua. Prefiero que a lo largo del año te vayas examinando cada día, cada semana… y que la paz, el amor y la solidaridad reinen en nuestros corazones en cualquier estación del calendario. No sólo en la época de adviento.
Nos examinamos en todo. En el trabajo, con nuestros compañeros y con las cuentas de resultados; en casa, con nuestros padres, cónyuges e hijos; y con nuestro entorno, con enemigos y amigos. Me voy a detener en este grado de la amistad, que, para mí, es uno de los sustantivos más relevantes del lenguaje universal y de mi existencia. Con todo el mundo pero especialmente con ellos intento que el espíritu de la Navidad perdure todos los minutos posibles, seguramente, porque se lo merecen. Claro que la amistad no es cosa sencilla de mantener: hay que sembrarla, cultivarla y practicarla no sólo en Navidad. Aristóteles lo tenía claro:
“Algunos creen que para ser amigos basta con querer, como si para estar sano bastara con desear salud”.
Pero algo me atrae de la Navidad. No sé si han notado que lo escribo con mayúscula. ¿Por qué? No estoy seguro…Creo que porque desde pequeño me inculcaron que era un momento especial y maravilloso. O porque es sinónimo de nacimiento, el cual tiene valores que relaciono con la esperanza porque es un estado de ánimo optimista basado en conseguir de forma alcanzable lo que se desea. O porque es verdad que exhala un espíritu que sobrevuela en el éter y trata de colarse en algunos corazones descarriados. O porque quiero creer… que sería bueno que Navidad sea una tregua que la maldad y el poder se dan. Quiero creer que es un espíritu barrido por el viento al que si le damos paz y una sonrisa quizá pueda “conseguir que todos seamos puros como cielo de verano sobre el mar”.
Quiero querer creer que el espíritu de la Navidad debería perdurar en nuestras vidas, que son los “ríos que van a dar a la mar”