¿Cuántas veces hemos oído eso de “¡Feliz Navidad!” como una coletilla sin sentido? Muchas personas responden de esta manera:
-Odio la Navidad, ya sabes que no me gusta nada de nada. Solo espero que pase pronto.
-¡Pues a mí me encanta! Además, son vacaciones.
-Serás tú, el resto trabajamos.
-¡Touchée! Pero aun así, siempre me han hecho sentir bien, a pesar de todo.
Navidad:
Odiada o amada, a partes iguales y con la misma intensidad. Provocas sentimientos dispares y extremos. Todo depende de las experiencias que vivimos a tu paso. ¡Qué daño ha hecho el cine contigo!. Idealizamos tu breve tiempo, como si prácticamente fuera una época de milagros milagreros, además, obligados. La justicia, la bondad, la paz y el amor parece que tienen que triunfar sobre las humanas pasiones que nos arrastran el resto del año. Y yo me pregunto ¿Qué tiene esta época para hacer salir lo mejor de nosotros mismos? ¿Será el cine? ¿Será la televisión? ¿O simplemente la tradición navideña desde tiempos inmemorables? Y la más importante, ¿por qué no somos así todo el tiempo?
Es una época en la que los sentimientos se encuentran a flor de piel. Nos acordamos de personas que están lejos o que ya no se encuentran entre nosotros. Para las primeras, con las redes sociales podemos solucionarlo de manera rápida y eficaz. La cuestión es tener voluntad y ganas. Para las segundas, ya es más difícil. Pero las revivimos en pequeños detalles: olores, sensaciones, ese abrazo que falta, el sabor de ese trozo de turrón que te daba y que ahora coges, o en ese sitio que, aunque sea ocupado, jamás podrá ser sustituido. Son tantas cosas, que hacen que se encoja el corazón.
Y aunque esas grandes ausencias nos empañan y quitan parte de ese brillo original, se ve luz. Y no hablo de las navideñas de fuera, no, esas son efímeras y artificiales. Me refiero a las que nos arrancan sonrisas de ilusión y de esperanza.
Tiempos complicados nos está tocando vivir, en los que parece que estamos dejando nuestra vida en un paréntesis, obligados por circunstancias, más semejantes a una película de ficción o de terror, que a la realidad. Es por eso que debemos cargarnos de esa energía que inunda nuestra vida durante las Navidades. Disfrutemos, pues, de todo lo que nos rodea: Pero no solo ahora, siempre.
Sonriamos a la vida, y a sus gentes; deseemos lo mejor, no solo para nosotros, también para los demás; y sobre todo, agradezcamos lo que sí tenemos, no lo que anhelamos por modas o tendencias. Que la Navidad no se limite a esta época, que sea todo el año.
¡Feliz Añavidad!