En los años cincuenta y sesenta del pasado siglo, la llegada del verano en el mundo rural suponía, en ocasiones, el aliciente añadido entre la “chavalería” de la llegada a cada pueblo de “ los titiriteros” o de “los húngaros” o de los “belgas”, que también así se les llamaba. En el mío, tras unos largos paseos por las calles del pueblo para avisar de su llegada, actuaban por la noche en la plaza mayor.
Se trataba siempre de una “troupe” familiar de etnia gitana, compuesta de cinco o seis elementos en la que “el patriarca” tocaba la trompeta, siempre negruzca y desafinada, y los más jóvenes blandían el tambor y la pandereta. Una jovenzuela, cubierta de coloridos vestidos y tocada con abundante pedrería, intentaba emular a Sherezade y porfiaba con las danzas del Vientre y de los Siete Velos, mientras el mayor de los adolescentes realizaba ejercicios gimnásticos sobre el suelo y sobre una barra metálica que amenazaba siempre con desplomarse.
Se acompañaba el grupo por una cabra vieja y esquelética que protagonizaba el número más vitoreado al realizar ejercicios de equilibrio sobre un alto taco de madera; y de un mono, que hacía las delicias de los niños con sus chirigotas.
Al finalizar el espectáculo, la matriarca y la joven danzarina eran las encargadas de pasar la pandereta por el circulo de espectadores, donde la chiquillería (y algún que otro adulto) depositaban los óbolos que gratificaban el esfuerzo de los artistas.
¿ Por qué será (me pregunto) que cada vez que se anuncian unas elecciones generales o autonómicas me acuerdo yo de “los titiriteros”……..?. No, no debe de ser por el entusiasmo que los políticos desplazados desde la capital (para cantar las excelencias de su partido y recabar el voto para el mismo) despiertan entre la chiquillería. Ni por lo colorido de sus actuaciones; ni, mucho menos, por la novedad y verosimilitud que promueven entre el auditorio las promesas que predican . Debe de ser por la cabra. Sí, por las cabriolas; por los ejercicios de equilibrio, para no caerse, que ésta siempre realizaba sobre el mismo punto del alto taco de madera. Ora sobre las patas traseras, ora sobre las delanteras. Unas veces sobre las patas izquierdas y otras sobre las patas derechas……sin avanzar, sin ascender y sin, ni siquiera, dar un salto al vacío. Como la mayoría de los políticos que, en sus discursos, parece que se circunscribieran a ese espacio minúsculo donde cualquier desequilibrio pudiera hacer caer todo el tinglado de su antigua farsa, que diría D. Jacinto Benavente.
Lo malo es que cada año, cada temporada de retorno de los zíngaros, la actuación era siempre la misma. Nada cambiaba: iguales ejercicios e iguales equilibrios. Ni siquiera la experiencia, el paso del tiempo o el encuentro con nuevos espectadores, generaba novedad alguna. Y la cabra seguía moviendo, al ritmo archisabido de la música de siempre, todo su ser sobre el pequeño trozo de madera.
Sí, definitivamente los parangones que aprecio deben de ser por la cabra; por la cabra y por el solo de trompeta del “patriarca” que, indefectiblemente, finalizaba siempre con “El degüello”.