Poneos en nuestros zapatos, mejor dicho, en nuestros rizos, por María Sainz de Baranda
Esta vez no voy a escribir cosas sentimentales, no hay que ser intensa siempre.
De vez en cuando, un poco de trivialidad y de humor no está de más. Por eso quiero que os pongáis un ratito, lo que dura la lectura de este texto, en los zapatos de tantas personas que tenemos rizos, ondas o bucles, más o menos apañados, en nuestra cabellera.
Para aquellos que no me conozcan (aunque con la foto no hay mucho misterio) os diré que tengo el tópico típico físico de la española de toda la vida: morena de pelo y de piel, no muy alta, ojos oscuros como una noche sin luna (¡olé!) y pelo rizado. Hasta ahí, creo que he descrito a una buena parte de la población de este país. Aunque he decir, que si revisamos por encima la historia de dicho territorio, mezclas que se remontan desde los celtas, fenicios, cartagineses, griegos, romanos, pueblos bárbaros, musulmanes, judíos y demás oleadas llegadas desde todas partes del mundo, España es uno de los países con más amplio espectro y mayores diferencias físicas entre sus paisanos. Un crisol de mezclas en nuestro ADN. Podemos encontrarnos al rubio más blanco del mundo con ojos claros, como al moreno más exótico de la latitud. En la variedad está el gusto.
Al tema, que me desvío: mi rizo es de tamaño pequeño, como dicen muchos, tipo richi (¿quién sería Richi para dar nombre a tal rizo?). Vamos, la envidia natural de cualquier permanente ochentera que se precie fuera y dentro del mundo del Rock and Roll. Mucha gente, sobre todo dentro de la vertiente femenina de la sociedad, cuando me conocen, piropean mi pelo. Suelo responder, no exenta de honradez “Te lo cambio”, a lo que me responden algunos, los menos, con una sonrisa un poco nerviosa un “Vale...” (que ya, a estas alturas, no me sorprende en absoluto) dubitativo, como si pudiera suceder tal cosa y les asustara un poquito esa mínima posibilidad.
1º round.
Luego, suelen tocarlo, estirar algún rizo (que responde juguetón como un muelle feliz) en reiteradas ocasiones, y mientras realizan este tipo de acciones, añaden como si tal cosa:
-¡Si lo tienes suave!
¡Claro! es pelo, no paja.
Creo que, al mirar los rizos, visualizan esas bolas rodantes que aparecen en las películas del oeste durante la escena del duelo final , y en mi cabeza siempre suena la canción de Ennio Morricone de El bueno, el feo y el malo. ¡Qué escena tan mítica! ¿Será que hacen un símil mental por la forma redondeada? Podría ser...
2º round.
Después del sobeteo, que en ocasiones me deja el rizo un poco tocado, tristón y abierto, suelo responder:
-Lo malo de este pelo es que no te puedes hacer cualquier corte.
-Sí, eso es verdad -suelen contestar la gran mayoría, ya más comprensivos con la situación.
Entonces, se me quedan mirando y me sueltan:
-¿Has intentado alisártelo alguna vez?
Era una pregunta a la que estaba tan acostumbrada, que la tenía totalmente interiorizada y no me había parado a analizar. Pero un día, mi cerebro tuvo una epifanía, como si todo se hubiese ordenado en mi rizada cabeza:
-What?
3º round.
Me acabas de decir que te encanta mi pelo, lo has toqueteado (he de admitir que no me desagrada en absoluto, para qué negarlo), has estirado mis rizos mientras imitabas el ruido de un muelle de dibujos animados, y me preguntas si lo he intentado. Lo primero, como si fuese una misión tan difícil que el fracaso de tal acción estuviese contemplada desde el principio. Y lo segundo, ¿para qué cambiar algo que se supone que es precioso? Acaso te han preguntado, ¿Te lo has intentado rizar alguna vez? Seguro que no.
Pero lo mejor de todo no es eso. Si alguna vez en tu vida, has decidido ir a la peluquería (o en casa, con el trabajo que conlleva: un enorme esfuerzo pocas veces recompensado) para alisarte el pelo, ¿sabéis qué es lo primero que te sueltan?
-Te queda mejor el rizo. No pareces tú.
¡Game over!