Dicen los más ancianos, esos que saben más porque andan más despacio, que el recuerdo lo es todo.
Muchos dicen también que el tiempo pasado fue mejor.Sin embargo, yo creo que es la juventud que ya quedó atrás la que nos hace pensar así. Sea como fuere, viajar empleando la memoria no necesita de billetes caros, ni de carruajes lujosos y muchas veces tampoco de compañía. Solo hay que tomar con valentía un tren, el de la nostalgia y sentarse cómodamente y con un refresco en un vagón, el del recuerdo. Por eso, hoy sobre mi cama yace una instantánea antigua muy querida por mí, la de mi abuelo antes de morir. Fue tomada un día del niño de 1981 en Salas de los Infantes. Un recuerdo, de mi más tierna infancia, que hoy quiero compartir aquí. Porque recordar es algo que nos une a todos, algo común. Recordar es muchas veces el único pasaje a la felicidad más auténtica o la tristeza más irremediable. Pero es sobre todo, un billete que todos podemos usar para viajar en el espacio y en el tiempo. Algo compartido. En la foto tengo sólo tres años. Salgo serio vestido de serranito y con la cara manchada de chocolate, algo muy típico de aquel día. Él está ahí, conmigo, inseparable y protector. Es mi abuelo Nicolás poco antes de morir. Y sonrío y me entristezco al mismo tiempo. Y comienzo a volar. Y vuelvo a aquella plaza, con sus árboles, con su templete, con sus mayores y sus cachabas, con sus críos, sus juegos, sus travesuras, con su alegría. Y recuerdo mirar al cielo y ver ascender aquellos cohetes y taparme los oídos y sentir miedo y también emoción. Y volver a mirar, y ver caer los regalos, caramelos, chuches, juegos, globos, bolas de colores. Y soñar, Y seguir soñando. Y ver a aquellos niños, mis amigos, y sus hermanos, y sus primos, jugando, desafiando a todo y a todos. Y alejarme del “Sorejo”, aquel gran hombre que ponía orden, y gritaba, y nos arengaba. Aquel policía local que era el padre de todos porque siempre estaba ahí. Y recuerdos de aquellas tardes de calor, de disfraces imposibles, de la mano de alguien amado. De los títeres, de sus historias, de sus voces mágicas, de la lucha entre el bien y el mal, de los gritos, de las lágrimas, de la alegría por la victoria final de los buenos. Recuerdos de los mayores, desafiantes, jugando en las escuelas, contra enemigos llegados de otros pueblos. Son recuerdos. Sólo eso. Recuerdos de infancia, de mi abuelo, de mi pueblo, de sus veranos, de sus ríos…recuerdos. Memorias que todos compartimos. Y miro la foto y lo veo a él. Y él me mira y me recuerda que todos cogemos un tren en algún momento de nuestra vida. Y nos alejamos, sólo por un tiempo. Un tiempo que no existe porque todo vive en el recuerdo. Un tren compartido, con un maravilloso destino, la eternidad.