Su mirada es tierna pero desafiante y te recuerda que la vida es un momento y nada más. Sus preguntas son como piedras del pasado que construyen tu interior invitándote a buscar. Y esa es una búsqueda que permanece en cada recuerdo, en cada libro, en cada beso, en cada desafío, en cada tormento y también en cada despertar. Por eso hoy quiero traeros el recuerdo de un hombre sencillo que fue y sigue siendo venerado como uno de los padres espirituales de los Reinos de Castilla y de Navarra.
Millán, el pastor riojano, nació en Berceo en el año 473 y falleció en las cuevas de Aidillo en el 574 a la edad de 101 años. Vivió como asceta junto a Félix el santo en los riscos de Biblio, cercanos a la conocida e histórica localidad de Haro. Después, se refugió en los montes Cogollanos donde permaneció más de cuarenta años. En el año 560 fue ordenado sacerdote de Berceo por Dídimo, el Obispo de Tarazona. Generoso en demasía con los más pobres fue acusado de malgastador de los bienes de la iglesia.
Según el libro de los milagros de San Millán, el rey navarro García Sánchez quiso llevar sus restos en 1052 al recién inaugurado Monasterio de Santa María la Real de Nájera. Los bueyes se negaron y se pararon durante el camino. Por eso el rey decidió construir lo que hoy conocemos como el Monasterio de Suso. Dice la historia, vestida de fina leyenda, que San Millán se aparece durante la batalla de Simancas en el año 939. Ayuda así en la victoria a Ramiro del reino astur-leonés, Fernán González del Condado de Castilla y a García Sánchez del Reino de Pamplona y Nájera. El gran estratega militar Abd al Rahman III es derrotado. Desde aquel momento, Castellanos y Navarros se comprometen a pagar tributos, los llamados “Votos de San Millán”, siendo este su patrono desde entonces y co patrón de España junto a Santiago.
En la actualidad, sus restos reposan en el Monasterio de Suso, uno de los grandes baluartes de la cristiandad y del nacimiento de Castilla. Allí duermen también eternamente los restos de los siete infantes de Lara. Hoy en San Millán de Lara, cada doce de noviembre, recuerdan que Emiliano de la Cogolla vivió allí en soledad en una de sus cuevas. Y recuerdan también que el gran Fernán González construyó un monasterio en su honor. Recuerdos, los del viejo y glorioso Reino de Castilla, dormidos y acariciados por el inmutable tiempo, tal vez esperando, en silencio, un nuevo despertar.