Quebec, 9 de abril de 1919
Mi querida Piolina:
Espero que estés bien. Yo estoy bien. Te envío esta carta con motivo de los informes que han llegado a esta tierra de Canadá en relación con el suceso de la gripe que se ha desatado en todas partes (aquí donde estoy también ha afectado), con nuestro pequeño pueblo bajo las montañas. Te escribo desde Quebec por viaje de negocios, aunque trabajo y vivo en las praderas de Ontario, y sé que escribo a la montaña, desde abajo. No te he escrito nunca una carta, pues pensaba volver pronto a nuestro pueblito. Ahora el trabajo me crece en la vaquería donde estoy empleado con una buena persona como es Míster Blake. Llevo ya con sus reses tres años desde que me desplacé de Sur a Norte, recomendado por el señor Trigueros a las granja de M. Blake, donde, efectivamente, he encontrado un trabajo en el cual las horas me son más ciertas y la faena nos la repartimos entre cuatro empleados; antes no encontré la sazón que han encontrado otros y, como, además, lo mío era la ganadería aunque fuera de pradera, pues aquí estoy. Y te tengo que decir que tengo un sueldo respetable que hemos de compartir en cuanto regrese al pueblo y podamos tener planes, allí, cerca de la cumbre, para nosotros dos. Y te digo que para nosotros dos, pues pienso que tú has de estar allí cuando yo regrese, no tardando ya mucho, pues además es que estoy con ganas de verte de verdad. Ya me imagino que por allá andaréis todos un poco preocupados con la gripe. Y te tengo que decir que tranquilos todos, tranquila tú que sé que me esperas desde hace mucho y te tendría que dar un abrazo que vaya del sol que nace al sol que se pone de largo que puede ser… Me acuerdo de tu madre y me acuerdo de ti. Te tengo que decir que tu madre no la llegaste a disfrutar con su trato cariñoso porque se puso enferma en cuanto tú naciste y para salvarte a ti tuvo que perder ella, quien te había deseado como hija y te quería por encima de todo. No sufras por esta noticia, es solo una información que deberían haberte pasado los tíos y los vecinos y que te hiciera comprender la realidad de tu situación allá, en el pueblo… ¡Nadie te ha abandonado jamás! Yo me tuve que venir para acá porque era aún un joven con ganas de romper techos y conseguir un caudal recomendable para que, a mi vuelta, pudiéramos vivir bien juntos en la mejor casa del pueblo. Todavía lo sueño a menudo. No fueron malos tiempos tampoco los que pasé con tu madre ni con mis amigos de allá. Todavía suena en mi cabeza aquel laúd que tocábamos para las bodas… Pero es que yo tenía tantas ganas, tantas de salir de allá para probar fortuna que logré primero hacerme con un pasaje de barco a la Argentina, y luego lo demás… Estad allá seguros de que, con la amenaza que tenéis, habréis de salir todos del atolladero, sobre todo por que sé que sois cabezones y fuertes. Cuídate tú mucho. Un enorme beso:
Tu padre, que mucho te quiere.
Ricardo
P.D.: ¿Te acuerdas de aquella vaca que tuvo una ternera y que se llamaban la Roja?... Yo sí me acuerdo de la primera Roja. Seguro de que tiene que ser también la nueva Roja tan gorda como la primera. Así veo yo a nuestro pueblo desde la distancia. Orondo y con un futuro en el que sabe apreciar la primavera que ahora os llega allí, bajo las montañas, en el pueblo de nuestro corazón, nuestro corazón que siempre seguirá latiendo hacia adelante.