La buena gente
Estamos ya sumergidos en la estación de la primavera. En nuestra orografía se aglutinan los matices de colores en un armonioso cuadro hecho de materiales de una naturaleza sublime.
Estamos ya sumergidos en la estación de la primavera. En nuestra orografía se aglutinan los matices de colores en un armonioso cuadro hecho de materiales de una naturaleza sublime.
A mis años he vivido una de esas experiencias inolvidables, imperecederas, esos sucesos que se graban en nuestro campo emocional y modifican los hábitos de conducta.
Ahora queremos conservar la salud siguiendo un régimen riguroso de comidas, tan estricto, que se nos trasforma en una enfermedad irritante.
Es el invierno muy propicio a las elucubraciones sobre proyectos de conducta personal, entre otras razones, para darnos una mejor calidad de vida.
En estas fechas de espíritu navideño, tal y como reclaman los anuncios publicitarios, nuestro cerebro es una asombrosa biblioteca con los recuerdos hechos libros celosamente guardados en las estanterías de nuestro campo emocional.
No hace falta ser un erudito para conocer la historia de nuestras tierras. En los pueblos se asienta la memoria histórica de algunos centenares de años.
Ocurrió a finales de curso hace unos años. Fuimos de excursión con alumnos ya mayorcitos a pasar un día de campo desde Madrid a tierras de Segovia.
En una vieja canción de Julio Iglesias titulada “Me olvidé de vivir” dice en una de sus estrofas: “De tanto correr por la vida sin freno / De tanto querer ser en todo el primero / Me olvidé de vivir los detalles pequeños…/
Tengo un buen amigo al que he conocido desde su recién estrenada paternidad y ya pasa por ser un abuelo de tres nietos.
No puedo expresar con palabras esta hermosa quietud de la naturaleza empapada del verde reciente de una primavera lluviosa,
Sin obstáculo para hablar en próximas ocasiones del mundo juvenil en nuestros pueblos, hoy sigo hablando de las personas de cierta edad con lo que me afirmo en una obsesión: escribo para las vidas ya hechas como hice en mi artículo anterior.
Vivimos en ese período de nuestra existencia próximo a la orilla del “Mas allá”.
Han sido los días de enero generosos en la calidez de las solanas donde se han abrigado las gentes ávidas de la tertulia y del reencuentro social.
Ejercía yo mi primera experiencia como docente en una escuela unitaria de un pueblo poco habitado.
Querido Año 2018: Una bonita cifra la de este año terminada en los dos dígitos de la adolescencia para obtener la mayoría de edad: dieciocho años.
En este otoño de sequía una raya divide las sombras profundas de los valles y las cumbres doradas que perforan un cielo azul intenso y transparente.
Queridos pueblos olvidados: Decía Miguel Delibes que el hombre está relacionado con la Naturaleza y no con los bloques de cemento de las ciudades.
Aún queda mucho por hacer aunque somos un país adelantado en la tolerancia con los “diferentes”. Nos importan las personas.
Estamos de moda. La vida rural se desangra desde hace mucho tiempo con un diagnóstico de extrema gravedad.
Conocemos por experiencia las connotaciones que arrastran estos dos sustantivos unidos en un solo sintagma nominal: Decir mujer pueblerina suena a provocación, a insulto, a desafío, a una risa fácil.