1 de enero de 2022, 12:17
Clamamos por una rebaja del precio de la luz, de los combustibles. Pedimos que los alquileres sean más accesibles y los sueldos suban. Buscamos una salida a la complicada situación laboral y esperamos ver cumplir las promesas de fondos europeos para alcanzar el zénit de nuestras pretensiones económicas y sociales.
Pero lo que verdad deseamos es volver a la normalidad, a esa que ansiábamos dejar aparcada por resultar anodina, insípida, e incluso a veces aburrida. Estamos hartos de un virus del que cada vez sabemos menos. Odiamos a una epidemia que está atenazando nuestros deseos de abrazar y besar, poniendo vallas al amor y pasión por el teletrabajo.
Cabeceamos cada vez que nos sugieren que ya nada volverá a ser como antes, cuando estábamos acostumbrados a que cada tiempo pasado fuera peor. Nos da cada vez más morbo que nos limiten, recorten, protejan, recomienden y prohíban. Somos vigilantes de nuestros convecinos, a quienes les acusamos de casi todos nuestros males por no vacunarse, romper la normativa de horarios, pasear sin mascarilla y no ventilar adecuadamente el apartamento, convertido en bar, parque y pista de baile.
Salimos a la calle para exigir una sanidad digna, un precio justo por la leche, más becas, una escuela en catalán, y una atención mayor a la España Vaciada. Despotricamos contra los políticos y quedamos embelesados con el fútbol y las carreras de coches, mientras lamentamos no poder compartir con más gente nuestra cena de Navidad, para no contagiarnos, por ese miedo, temor o incertidumbre a lo que nos puedan pegar.
Frente a este panorama en el que percibimos haber dado un paso atrás cada vez nos sentimos más ecologistas, menos fumadores, más tolerantes, menos machistas; y sin embargo, seguimos ensuciando parques y creando vertederos ilegales, autoengañando a lo público con las ayudas a la vivienda, y matando a mujeres por el simple hecho de no ser como a nosotros nos apetece que sean.
Vemos sufrir a los madereros por no encontrar madera para sus empresas, a los alcaldes por no tener habitantes que les paguen sus sueldos y a agobiarse a los sacerdotes por no poder atender como se merece a los feligreses de las trece parroquias. Mezclamos lo verdaderamente importante con lo trivial en la rueda de la vida qeue no deja de rodar. Algo está cambiando, ¿o no?. ¿Queremos seguir así o preferimos cambiar todo para que casi todo siga igual?.¡Qué lío¡.
Feliz año nuevo, amigos. Y que la suerte nos acompañe en un tiempo aún mejor.
Pero lo que verdad deseamos es volver a la normalidad, a esa que ansiábamos dejar aparcada por resultar anodina, insípida, e incluso a veces aburrida. Estamos hartos de un virus del que cada vez sabemos menos. Odiamos a una epidemia que está atenazando nuestros deseos de abrazar y besar, poniendo vallas al amor y pasión por el teletrabajo.
Cabeceamos cada vez que nos sugieren que ya nada volverá a ser como antes, cuando estábamos acostumbrados a que cada tiempo pasado fuera peor. Nos da cada vez más morbo que nos limiten, recorten, protejan, recomienden y prohíban. Somos vigilantes de nuestros convecinos, a quienes les acusamos de casi todos nuestros males por no vacunarse, romper la normativa de horarios, pasear sin mascarilla y no ventilar adecuadamente el apartamento, convertido en bar, parque y pista de baile.
Salimos a la calle para exigir una sanidad digna, un precio justo por la leche, más becas, una escuela en catalán, y una atención mayor a la España Vaciada. Despotricamos contra los políticos y quedamos embelesados con el fútbol y las carreras de coches, mientras lamentamos no poder compartir con más gente nuestra cena de Navidad, para no contagiarnos, por ese miedo, temor o incertidumbre a lo que nos puedan pegar.
Frente a este panorama en el que percibimos haber dado un paso atrás cada vez nos sentimos más ecologistas, menos fumadores, más tolerantes, menos machistas; y sin embargo, seguimos ensuciando parques y creando vertederos ilegales, autoengañando a lo público con las ayudas a la vivienda, y matando a mujeres por el simple hecho de no ser como a nosotros nos apetece que sean.
Vemos sufrir a los madereros por no encontrar madera para sus empresas, a los alcaldes por no tener habitantes que les paguen sus sueldos y a agobiarse a los sacerdotes por no poder atender como se merece a los feligreses de las trece parroquias. Mezclamos lo verdaderamente importante con lo trivial en la rueda de la vida qeue no deja de rodar. Algo está cambiando, ¿o no?. ¿Queremos seguir así o preferimos cambiar todo para que casi todo siga igual?.¡Qué lío¡.
Feliz año nuevo, amigos. Y que la suerte nos acompañe en un tiempo aún mejor.