Los parques de bomberos que tenemos en la comarca se nutren de gente que, de forma voluntaria y sin intereses personales, está colaborando para que se puedan apagar los fuegos, a la mayor rapidez posible, tanto en nucleos urbanos como en entornos agrícolas y forestales. Esta situación, que debería ser transitoria a la espera de un mayor compromiso institucional con los voluntarios, es para algunos representantes de las administraciones una realidad afianzada, con la esperanza de que siempre exista gente dispuesta a gastar su tiempo y arriesgar su vida en la ayuda a los demás.
Hoy la solidaridad está muy bien. Nos da buenos titulares y la gente de otros lares dice con entusiamo: “mira que majos los de Pinares no sólo no provocan fuegos, si no que los apagan gratis y sin pedir nada a cambio”. Esto nos enorgullece, sacamos pecho y nos inflamos, y pensamos: “si es que somos los mejores”.
Y alguna mente retorcida de las que hay en los sillones de despachos con estupendas vistas al limbo, piensa en alto: “para qué vamos a invertir en limpias, en trabajos forestales que eviten incendios, en dotar de más maquinaria, si éstos a la mínima se dejan la piel para que un conato no pase de ser una anécdota”. Y esos fondos, que toda adminsitración, por pequeña que sea, debería de tener para hacer frente a prevención de los incendios, pues se van a otros lugares donde no hay voluntarios, pero sí hay votos, y a los de arriba no les queda otra que desviarlos para que no cunda el pánico.
Con los bomberos voluntarios a las administraciones les toca la lotería. Si actúan rápido y bien como lo hacen, los del sillón se colocan la medalla de la formación: “es que les hemos formado adecuadamente””les hemos comprado un nuevo equipo para que no apaguen el fuego en chancletas”. Si no llegan a todos los pueblos que les solicitan, - en algunos parques hasta 40 han llegado a tener-, nos argumentan: “es que claro, se están quedando los pueblos sin gente, y no se puede mantener un parque de bomberos”.
El problema ya no sólo radica en apagar los fuegos, si no en prevenirlos, y aquí no tenemos voluntarios. Las masas forestales nacen, crecen, se desarrollan y talan a su libre albedrio. En los pueblos cada vez hay más casas vacías, menos vigiladas, con problemas en chimeneas o instalaciones eléctricas defectuosas. También necesitaremos voluntarios en esas tareas. Y el dinero que debería salir de la bolsa común, la Administracion lo destinará a otros lares, y se lo gastará en alimentar mejor a sus cargos públicos.
Necesitamos, en esto y en todo como no, más voluntarios; precisamos, principalmente, de más inversiones, y una planificación seria y a futuro. Los voluntarios se nos acabarán un día y los de la silla perpetua nos recriminarán que “tenemos lo que nos merecemos”.