El comercio de pueblo precisa de nuestra implicación
En estas tres décadas que llevo escribiendo en los periódicos, no he conocido la bonanza del pequeño comercio. He visto a gente desvivida por atraer a los pueblos algo nuevo, que sólo podían encontrar en algunos establecimientos especializados, y ofrecerlo como si fuera un gran hallazgo interplanetario que llegaría a revolucionar nuestras vidas.
He sentido la apatía de los paisanos, enredados en un mar de suspicacias para conocer las razones por las que La Genara había conseguido traer ese aparato tan raro. Y, con la misma facilidad, he visto echar las persianas de un negocio muerto de éxito antes del primer balance negativo, con deudas acumuladas entre la contabilidad ordinaria
La tónica general .ha sido que quien ha arriesgado, ha pagado duramente su atrevimiento. Sin embargo, cómo hubiera sido la vida de Santi y Luismi si Felipe de Miguel, quien desde Casarejos distribuía pan por pueblos de la comarca, no hubiera invertido horas, días y años, por hacer de la madera de calidad una referencia; o cómo sería ahora Ólvega si Emiliano Revilla que se dedicaba a vender por las aldeas, no hubiera dando en el punto de los chorizos; o qué harían los hijos de Eugenio Latorre, si de ese comercio local en Serón de Nágima no hubiera comenzado a hacer realidad su sueño de las residencias para los mayores.
Detrás de un buen comerciante siempre hay un gran empresario. Al pequeño comercio en los pueblos de Pinares no le estamos dejando crecer. Nos creemos que en grandes centros comerciales vamos a encontrar algo más bueno, bonito y barato. Preferimos hacer la compra ‘on line’ desde el sillón del salón, no vaya a ser que nos dé por andar un poco, y ni siquiera tanteamos la posibilidad de que el comercio que está ahí a lado nos ofrezca este servicio, además del consejo, asesoramiento y confianza que son valores añadidos.
Al comercio de aquí le está pasando como a la simiente de la planta que sembramos en primavera, y a la que no atendemos, impidiendo que crezca y desarrolle su fruto. Si no compramos en las tiendas de pueblo, estamos rompiendo una cadena capaz de transmitir la energía necesaria para hacer de la tienda pequeña, un supermercado, y de éste un local con servicio de cafetería, que amplía con alojamientos, finca con servicios turísticos, piscinas, pista de padel y unas viñas para crear la bodega con la que se preparan caldos que son referencia dentro del parque temático que aprovecha recursos de la zona y con cuyos beneficios invertimos en la mejora del patrimonio local.
Salvando la alimentación básica, el resto del comercio y servicios en los pueblos están pasándolas canutas tras la irrupción de la pandemia de la covid-19. Ahora que se podría comprar más sin salir del pueblo, se encuentran con que tenemos poco margen para hacer nuevas adquisiciones. Cristina abre una agencia de viajes, y nos impiden movernos entre territorios;: Ángel se hace con dos casas rurales y se cierra perimetralmente la Comunidad; Andrea se queda con el restaurante para dar el servicio a la gente que llega por el entorno del Cañón de Río Lobos, y sólo puede preparar comida para llevar…
Ante este panorama, y cuando vienen mal dadas, lo que tenemos que hacer es echar el resto. Y no practicar la compra en el comercio del pueblo, simplemente por ayudar; sino por convencimiento de que es el mejor servicio que vamos a tener, estamos invirtiendo en futuro y posibilitamos que se garantice la permanencia de un trabajo que siempre nos va a beneficiar.