6 de enero de 2021, 18:54
Han sido muchas las sensaciones extrañas para ‘no celebrar’ celebrando, y las preocupaciones por avisos en la llegada de la tormenta denominada ‘tercera ola’.
Hemos visto mermada la ocupación de los restaurantes sin cenas, y con escasas comidas; los bares a medio gas; los comercios sin esas ventas navideñas que les hacían soportar buena parte de la carga impositiva del año; las calles semivacías,-parte por el miedo al contagio y parte por las bajas temperaturas que nos han acompañado en este periodo-, y, en definitiva, una tristeza invisible a la que ni siquiera hacía sombra la alegría forzada que pretendíamos lucir
Quiero mostrar el agradecimiento a la gran parte de los alcaldes, concejales, representantes de asociaciones y colectivos que han estado improvisando en este tiempo para intentar hacer más de lo que la situación permitía, aportando alegría con el montaje de belenes y la recepción de Los Reyes, buscando la solidaridad con cestas y rifas navideñas, y siendo los primeros en lamentar no poder ofertar más a los convecinos, obligados por la pandemia.
Ahora miramos al verano como fin de trayecto. Estamos asimilando que viviremos unos meses complicados, de continua incertidumbre. Empezamos a atisbar que podemos encontrarnos ante un cambio de ciclo, un giro a costumbres indispensables. Nos sorprende con el pie cambiado, haciendo más casa y sofá, desconfiando más del vecino, y censurando en algunos casos su comportamiento libertino. El tiempo nos dirá si este giro se hace definitivo o se queda en anecdótico.
Y mientras aguantamos el temporal, nos desesperamos por la falta de ayudas económicas para compensar a lo más desfavorecido,- escasas y mal distribuidas-, que llegan tarde, y lo hacen de forma desigual, sin solucionar los problemas del pequeño emprendedor, prometiendo créditos que nos endeudan más, y soportando el chirriante soniquete de una consejera de Sanidad que grita: ¡todos al confinamiento en sus casas¡, sin salir, sin traer ingresos, algo que sólo aguantan los de su clase: privilegiados a quienes les cae el sueldo aunque caigan chuzos de punta.
Hemos visto mermada la ocupación de los restaurantes sin cenas, y con escasas comidas; los bares a medio gas; los comercios sin esas ventas navideñas que les hacían soportar buena parte de la carga impositiva del año; las calles semivacías,-parte por el miedo al contagio y parte por las bajas temperaturas que nos han acompañado en este periodo-, y, en definitiva, una tristeza invisible a la que ni siquiera hacía sombra la alegría forzada que pretendíamos lucir
Quiero mostrar el agradecimiento a la gran parte de los alcaldes, concejales, representantes de asociaciones y colectivos que han estado improvisando en este tiempo para intentar hacer más de lo que la situación permitía, aportando alegría con el montaje de belenes y la recepción de Los Reyes, buscando la solidaridad con cestas y rifas navideñas, y siendo los primeros en lamentar no poder ofertar más a los convecinos, obligados por la pandemia.
Ahora miramos al verano como fin de trayecto. Estamos asimilando que viviremos unos meses complicados, de continua incertidumbre. Empezamos a atisbar que podemos encontrarnos ante un cambio de ciclo, un giro a costumbres indispensables. Nos sorprende con el pie cambiado, haciendo más casa y sofá, desconfiando más del vecino, y censurando en algunos casos su comportamiento libertino. El tiempo nos dirá si este giro se hace definitivo o se queda en anecdótico.
Y mientras aguantamos el temporal, nos desesperamos por la falta de ayudas económicas para compensar a lo más desfavorecido,- escasas y mal distribuidas-, que llegan tarde, y lo hacen de forma desigual, sin solucionar los problemas del pequeño emprendedor, prometiendo créditos que nos endeudan más, y soportando el chirriante soniquete de una consejera de Sanidad que grita: ¡todos al confinamiento en sus casas¡, sin salir, sin traer ingresos, algo que sólo aguantan los de su clase: privilegiados a quienes les cae el sueldo aunque caigan chuzos de punta.