viernes. 18.10.2024

El maestro que siempre pudo sentir el mar, en recuerdo a Isidro Arroyo Chamorro

A Isidro le gustaba hablar. Era un buen conversador. Con él podías tratar cualquier tema de ámbito social, deportivo y cultural
ISIDRO ARROYO
ISIDRO ARROYO

Tenía esa capacidad de saber captar tu atención, y su rostro enjuto transmitía una mirada severa, que en ocasiones reflejaba su carácter abierto y entregado, y en otras dejaba entrever su experiencia como maestro, complementando su expresividad con incesantes y acompasados movimientos de sus manos, prolongación de una complexión delgada y fibrosa.

Este verano, Maite e Isidro hubieran cumplido los 50 años de su llegada a Navaleno, pueblo que adoran, y con una pasión que han transmitido a toda su familia, a las cinco hijas,  a sus parejas y a los nietos. Arantza vive en Navaleno todo el año, con su marido Jose y su hijo Mikel

Nacido  en Zamora un otoño de 1934, Isidro, como tantos otros en esa época, emigró a Bilbao a finales de los años 50 del pasado siglo. Contaba con 25 años, y en esa sociedad anclada en un momento gris, supo abrirse camino con su don de gentes, amabilidad y saber estar que le han acompañado el resto de sus días.

Con Maite llevaba 63 años, y precisamente el último verano, y en Navaleno, cumplieron las seis décadas de matrimonio rodeados de su familia

Para Isidro Navaleno era su pueblo. El se sentía bien acogido en un espacio frondoso, donde mantiene la familia una bonita casa junto a la ermita de San Roque.  El destino ha querido que aquí haya pasado sus últimos días.

Al hombre que leía habitualmente el periódico en papel, le gustaba mucho andar.  Recorría con Maite calles del pueblo, senderos del entorno, caminos y pistas. Era un  apasionado de los deportes, que seguía con asiduidad, en especial del fútbol y la pelota. Durante muchos veranos se bañaba en la piscina de Navaleno y se enzarzaba en una catarata de saludos con una marcada y placentera sonrisa. Ya asomando el otoño, le encantaba ir a por endrinas al monte y elaborar el pacharán, del que todavía quedan botellas de la última cosecha.

Docente durante décadas, ha sido esta vocación de maestro la que le ha permitido acercarse a las  vivencias de distintas generaciones. Fue director escolar. Y en su última etapa, responsable de Educación de Adultos en el Gobierno vasco.

Isidro no había cumplido dos años cuando murió Antoni Benaiges, maestro en La segunda República, fusilado tras el Golpe de Estado de 1936 en un pueblo de la comarca burgalesa de La Bureba. Benaiges nunca pudo cumplir la promesa de llevar a sus jóvenes alumnos a ver el mar. Isidro, en cambio, siempre pudo sentir el mar cerca, y fue esa brisa la que unida al monte de Pinares, y el cariño de toda la familia,  hicieron que su vida fuera inmensamente feliz.

 

El maestro que siempre pudo sentir el mar, en recuerdo a Isidro Arroyo Chamorro