La incidencia del Covid-19 en la población ha enseñado nuestras miserias. Muchos hemos podido comprobar las carencias en materia tecnológica, sanitaria, servicios y dificultades para la movilidad en los pueblos.
Un joven se subió a uno de los puntos altos del pueblo de Espeja de San Marcelino en busca de la cobertura necesaria para poder navegar en internet. Ante su osada acción, fue requerido por parte de miembros de la Guarda Civil, a fin de que justificara un desplazamiento no permitido en la fase 0 de la denominada desescalada.
Atraídos por las ventajas de pasar en el pueblo el confinamiento, vecinos de la zona que hacen su vida a medio camino entre lo rural y lo urbano, han comprobado las dificultades que tienen para moverse al centro de salud, distante en más de 15 kilómetros en algunos pueblos de Pinares, y sin posibilidad de acudir al cerrado consultorio local.
Un hombre de Navaleno, aquejado por un malestar que no sabía precisar, tuvo que ser ingresado de urgencia, y diagnosticado de una neumonía galopante, tras permanecer varias semanas en casa, confiado por los consejos telefónicos del médico, sin que haya recibido visita alguna por su estado de salud.
También esta voraz pandemia, cuyas consecuencias no hemos acabado de vislumbrar, nos ha dejado momentos de gloria. Ha puesto de manifiesto la gran solidaridad de vecinos, grupos, entidades y ayuntamientos. Hemos asistido a una verdadera cascada de buenos propósitos en el marco de una buena vecindad que nos costaba detectar antes de que llegara esta hecatombe. Se han destinado apoyos económicos y ayudas sociales. Se ha cambiado la rutina por un gran objetivo. Nos hemos sentido más humanos.
¿Pemanecerá esta solidaridad?, ¿Quedarán perpetuadas nuestras carencias?.