Es tiempo de teatro. En el escenario, toda una tragicomedia. Los actores alientan a las masas, repitiendo manidos mensajes, tirando por tierra las ideas de sus contrincantes y haciéndonos partícipes de sus ingeniosos gestos con los que denigran, extorsionan, ridiculizan y retan a sus adversarios. Ya nos hizo un adelanto de esta parafernalia Fernández Mañueco, con una negada, pero evidente peineta.
Todo por los votantes, pero sin los votantes. Los políticos, subidos en un pedestal, hacen alarde de estar dejándose la piel para mejorar la vida de los ciudadanos. ¡Qué gran gesto¡. Son héroes incomprendidos, a quienes no valoramos como ellos se merecen. Trabajadores del bien común,honestos, humildes y sacrificados, iluminados pero no considerados, y cuando se cuestiona su gestión, víctimas de una injusta caza de brujas.
Contrasta ese victimismo omnipresente con las sigilosas maniobras utilizadas en la confección de las listas electorales, quintando a fulano o metiendo a mengano, en función del grado de amistad alcanzado dejando a un lado, en muchas ocasiones, la conveniencia de una persona para el fin previsto como es la gobernanza del Ayuntamiento. Es la labor más sucia, tamizada con chantajes, desplantes y silencios escondidos a través del teléfono móvil.
Son estos fontaneros de la política en minúsculas los que se aprovechan de la buena fe de vecinos que quieren ser alcaldes, personas implicadas con sus pueblos que se suben a las listas para integrar una corporación con la ilusión de luchar por el núcleo en el que viven y al que quieren representar.
Es esta cocina en la trastienda la que envilece la actividad política. Al igual que en otros fogones, prevalece el más fuerte, el que aguanta estoicamente los envites, minimiza el efecto de los puñetazos y es capaz de poner la otra mejilla cuando lo natural es devolver la bofetada. Emerge como el Ave Fénix, y tiene las vidas de un gato (o eso dicen). Lo malo de esto es que saca su verdadero cuando ya está fuera de la política.