Una sanidad pública de confianza pero con muchas deficiencias
La demanda por una sanidad pública sin recortes, más acorde a las necesidades actuales y con mejor proyección en el mundo rural se ha convertido durante las últimas semanas en tema de actualidad.
Y no es que antes hubiera pasado a un más secundario plano, sino que la paciencia de los pacientes se desgasta y consume en la misma proporción que aumentan carencias y mala organización en servicios sanitarios.
La concentración-protesta de Salas el pasado 17 de noviembre o la masiva participación en la marcha organizada por ‘Soria Ya’ en las calles de la ciudad soriana el 26 de octubre, ponen de manifiesto que el problema lo tenemos en casa, sufrimos en nuestras carnes y lamentamos en constantes e incomprendidos alaridos.
Ha sido este irregular funcionamiento de la sanidad pública el que aceleró la muerte de Cándido, mi padre, el pasado mes de septiembre. Mal la demora con la que le pudieron hacer un escáner, tras semanas de padecimiento y dolor, mientras la médico del Consultorio local hizo su propio autodiagnóstico convencida de que así evitaba “la bronca” que desde arriba les hacen llegar a los profesionales del mundo rural por derivar pacientes a los especialistas. Peor la del profesional de traumatología que pide una resonancia con sedación, cuando el paciente no puede postrarse ante una cama o similares y retrasa casi un mes la necesaria prueba. Horrible la falta de anestesista que, en pleno mes de agosto, impide la sedación necesaria para observar la dolencia. Incomprensible la falta de tacto de la atención en urgencias con “aquí un tac sólo se hace a quienes sufren un infarto cerebral”. Lamentable que, tras un sangrado activo, permanezca una semana en una de las habitaciones del hospital, cutre y descuidada, sin apenas ventilación, y avance una infección de caballo sin que una de las profesionales más competentes, - a primera impresión al menos-, detecte síntoma alguno y se pase tres días sin visita médica, hasta que se le extienda por todos los órganos en una noche aciaga en la que la enfermera de turno le suministra calmantes cuando ya es más que evidente un traslado al quirófano, y hay que operar de urgencia, veinte horas después, con muy pocos visos de solución o salida con vida.
Son muchas las carencias que anidan en pueblos u hospitales ubicados en zonas despobladas a los que ni los especialistas quieren llegar. Hay una descoordinación denunciable entre centros y departamentos hasta el punto de que uno se siente en manos de la Divina Provindencia. Algunos Centros de Salud,como el ubicado en San Leonardo, necesitan de una urgente reforma. Faltan medios, pero también tacto. Los jóvenes por inexpertos, y estar de paso; los más mayores, por hastiados y más pendientes de su consulta privada. Y encima nos dicen que no hay hacinamiento y largas listas de espera con un los hospitales de grandes ciudades, que se lo digan a quienes por una hernia o las inoportunas cataratas, tienen que padecer el paso de varias Navidades.
El resultado es el despropósito nuestro de cada día, compensado por la alegría de buena parte de los profesionales que intentan cuidar del paciente como si estuviera en su casa, y hacer de una vista desapacible y con nubarrones, una feliz tarde de verano con cielo sin nubes y sol de infancia.
¿El futuro?. No sé. Pero me temo que lo peor está por pasar.