Nada más conocerse la fatal noticia, comenzaron a movilizarse personas, colectivos, empresas en una ola solidaria que no ha tenido parangón en la historia reciente. En parte, yo lo comparaba con la ayuda a la zona gallega afectada por El Prestige, a inicios de esta centuria, pero la pérdida de vidas humanas ha provocado que este apoyo, a todos los niveles, esté siendo superior en gente, dotaciones y capital humano.
Empresas de transporte implicadas en Pinares han puesto sus medios logísticos a disposición de las zonas afectadas desde un primer momento, y lo han hecho sin restricciones, perdiendo de su tiempo, dinero y arriesgando esa maquinaria en un momento crítico para muchas de ellas dados los vaivenes del mercado, de complicado presente e incierto futuro.
Quiero destacar cómo se han volcado los ayuntamientos, que han coordinado en algunos pueblos la ayuda, en otros la han canalizado, y en algunos, como el de Duruelo de la Sierra, han trasladado su propia maquinaria y destinado a su personal para ayudar en lo que se pueda. Asociaciones, tiendas, colegios, institutos y entidades, se han sumado a esta ayuda de forma espontánea, poniendo todos los medios a su alcance para un apoyo útil y necesario.
En estas semanas hemos vivido momentos sublimes, que han aportado optimismo en lucha contra una desgracia. La salida del convoy desde Huerta de Rey fue todo un acontecimiento. A quienes se unieron de forma desinteresada,- con el único propósito de ayudar-, se suma también el contingente que se quedaba en tierra por falta de plazas, lo que hace más solidaria aún la actitud de la gente de estos pueblos.
Frente a esta gran disposición, quienes han estado en la Zona 0 han encontrado mucha descoordinación, han visto como se volvían camiones de ayuda humanitaria por falta de espacio para su almacenamiento, han visto con recelo cómo el precio de una habitación de un hotel estándar alcanzaba el precio de 200€ por noche para instituciones públicas que sufragaban los gastos de voluntarios y han comprobado como la vida seguía a un ritmo inmaculadamente igual al otro lado del Turia, en plena ciudad, mientras llegaban manos dispuestas a ayudar de todo el país.
Y entonces, ese orgullo por sentirme humano se me ha emborronado por completo, y he querido quedarme con lo mejor de esta historia de vida cotidiana, extraordinariamente doméstica, y a la vez, desgraciadamente real.