Termina un año aciago. Muchas personas han perdido a sus seres queridos. Muchas empresas no van a tener continuidad durante el próximo año. Muchos hábitos, costumbres, tradiciones y prácticas se han quedado congelados a la espera de una reencarnación que puede no llegar nunca.
En los pueblos estamos viviendo un periodo de decadencia. Pese a la alegría inicial por ver que las localidades se nos llenaban en verano de nuevos residentes temporales, a quienes les aglomeraciones les superaban, la entrada del invierno nos ha permitido vislumbrar este breve espejismo.
Seguimos estando los que estábamos, cercados perimetralmente como si fuéramos ganado camino del sacrificio. Hemos visto vulneradas nuestras libertades, bajo el argumento de que se hacía por nuestro bien, y aquí se cerraba hostelería y centros comerciales, con toque de queda a las diez y grupos de no más de seis personas, cuando la vecina Madrid abría bares y restaurantes hasta las doce de la noche, llenaba terrazas y calles hasta las doce y encima veía reducir de forma significativa cifras que aquí no hacían nada más que aumentar.
Ha sido un año infructuoso para los Ayuntamientos. Varios de nuestra zona se han parapetado bajo el argumento de que no se puede hacer nada, para enseñarnos que, detrás de sus promesas electorales, no hay programa que se sostenga por sí solo. Los plenos duran minutos, ya que no hay temas que tratar y las rachas de esta tormenta que se ha cebado en estos términos amenazan con arrancar los pilares sólidos con los que se terminó la legislatura anterior.
Estamos viviendo la experiencia más negativa para nuestros mayores, a quienes se condena a una soledad forzada, y creemos encima que les ayudamos más cuando más alejados de ellos estamos.
Es un tiempo difícil para los jóvenes, que idolatran las fiestas y, sin embargo, se ven obligadas a mojar sus ganas en el café matutino, que antaño ni siquiera hubiesen imaginado fuera de una noche larga al empezar a entrar el día en ebullición.
Resulta también un ciclo complicado para las demandas a favor de la repoblación, de dotar de más servicios a las zonas más abandonadas, y de reclamar un cambio de tendencia, un golpe de timón que nos ayude a salvarnos en el océano de las vanidades. El reciente anuncio para contemplar las zonas más despobladas como prioritarias en el reparto de los fondos Feder desde Europa nos ha hecho creer en que algo de todo esto puede cambiar.
No sé si el cambio de año (más simbólico que físicamente preciso) ayudara a solucionar todos estos entuertos que han ido anidando en nuestras vidas en estos últimos meses. Yo quiero creer que sí, que estamos en la punta de lanzadera hacia un mundo nuevo, aunque para entrar en él tengamos que tragar el polvo que dejaron quienes ya nos han antecedido.