en la sierra de Burgos y Soria, los más optimistas nos dirían del 20 de julio al 20 de agosto, de Santiago a La Virgen. Los menos positivos, tres días en julio y el puente de la Virgen de agosto, y no faltaría quien nos recordase que el verano ya no es como antes.
Han cambiado las pautas del veraneo. Acabó aquello de un mes de vacaciones, y muy lejos queda el desembarco de familias para todo un verano, sin embargo se ha logrado fidelizar al conocido “veraneante” con el pueblo que visita, sobre el que se asienta, y en el que se implica.
Para muchos, uno de los pueblos de la comarca es “mi pueblo”, sean de Bilbao, Madrid, Barcelona o Zaragoza. Han logrado echar raíces como algún día lo hicieron quienes poblaron esta tierra antaño más inhóspita, y ya no van a veranear, van a su pueblo. Quizá no permanezcan varias semanas, si no algunos días, y no vengan en familia completa, pero llegan con intención de quedarse.
Pienso que al “veraneante” de la comarca deberíamos hacerle un documento. Que no se puede asar en el monte, no aso; que me alquilan la casa con unos colchones viejos, no pasa nada; que me quitan las vistas con un edificio de tres plantas, me aguanto; que no tengo restaurante abierto los lunes, me conformo…. Soportan situaciones que los oriundos no estaríamos dispuestos a permitir. Todo con el gran objetivo de estar a gusto, tranquilos, descansar, desconectar, y encontrarse con la gente que para ellos son sus convecinos.
El turista permanente también saca sus garras, y en ocasiones se convierte en un crítico insaciable con el argumento de que “esto cada vez va peor”. Se reducen servicios, se cierran establecimientos, se confunden usos, se suben precios…Colapsan servicios sanitarios y emergencias, y todo les parece poco.
El logro de estos últimos años ha sido que el “veraneante” tenga su segunda residencia en estos pueblos, con casa abierta todo el año. Viene un poco en otoño, algunos en Navidades, otros se escapan para la Semana Santa, puentes o días festivos. La crisis ha replegado a algunos a la casa familiar, y están a gusto con la nueva situación.
Es tal la importancia del colectivo veraniego para el futuro de la zona que hoy no entenderíamos su futuro sin su presencia. Nos están ayudando a quitarnos “el pelo de la dehesa”, nos dan otra visión de los problemas, nos abren la mente y complementan perfectamente nuestra conexión con el mundo a través de las nuevas tecnologías. No dejemos perder su influencia.