¡Vamos!, ¡Despierta! ¡No seas perezoso! Quiero viajar al pasado contigo. Y además quiero hacerlo usando la mejor máquina del tiempo, el recuerdo. Retrocedamos con ilusión a aquellos maravillosos años 70. El “Abeto” era entonces una de las mejores discotecas de la provincia de Burgos. Estaba situada en el pintoresco barrio de la calle Palacio en la ciudad milenaria de Salas de los Infantes. La gestionaban con mano firme y con mucho tacto el “Peleas” y Antonio Coloño, dos “figuras” muy queridos y admirados de la época. Tal fue la fama y el prestigio de aquella catedral de la diversión que llegaron a fletarse autobuses desde Burgos. Autocares llenos de jovencitos soñadores y alocados que vestían curiosos pantalones campana, camisas estampadas de mil colores, plataformas imposibles y rompedoras y sensuales minifaldas. La entrada eran 20 o 25 pesetas y de regalo siempre una consumición. La música a la moda y eso sí, en rigurosísimo directo. De ello se encargaban el fantástico “Chato”, el inolvidable “Coloño”, el gran Óscar el pintor y el inimitable amigo de Valdepez. El Abeto fue el templo de la amistad, del amor, de la música, de la fraternidad, de la libertad y sobre todo del buen ambiente. Allí sonaron piezas musicales únicas, inolvidables, eternas y maravillosas de los años sesenta y setenta. Temas tan bellos como inmortales de los Pekenikes, Las Grecas, Los Bravos, Los Brincos, el Dúo Dinámico, los Mismos o los Canarios. Canciones únicas que hablaban de la vida, de la libertad, de la felicidad y del amor. También había tiempo para las baladas y la música lenta. Momento que los enamorados aprovechaban para bailar pegados cuerpo contra cuerpo achuchándose y acalorándose para llegar al beso final. En el recuerdo, aquella sublime y mítica actuación en solitario de Mike Kennedy, vocalista de los Bravos, uno de los mejores grupos del momento. El Abeto fue también el templo de las mejores y más divertidas fiestas de disfraces. Tal era su fama que los vecinos del barrio se arremolinaban en la puerta para disfrutar, a modo de pasarela, de aquel maravilloso e inolvidable espectáculo. El Abeto además acogió, durante muchos años, la Gala de las Damas y la Reina de las Fiesta de Salas de los Infantes. Galas pomposas, divertidas, refinadas, multitudinarias y alegres que vestían de luz y color los días grades de la ciudad del Arlanza. Sin embargo, el tiempo que es dueño y señor de todo, terminó por cerrar una de las mejores discotecas de todos los tiempos. Y es que, como afirmaba el poeta Paul Geraldy, al final llega un día en que los recuerdos terminan por ser nuestra riqueza. Recuerdos que guardan aquellos jóvenes “locos” que soñaron un día con cambiar el mundo bailando hasta el amanecer.
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