EL primer calzado que usó el hombre primitivo en la historia fue miles de años atrás. Seguramente cuando éste ato una piel alrededor de sus pies para protegerlos. Desde entonces hasta hoy, la fabricación y reparación de calzado ha sido una profesión de artesanos apreciados y reconocidos por sus clientes. Profesión poco considerada socialmente muchas veces a pesar de haber alcanzado en muchas ocasiones la categoría de arte. Hoy sabemos que el zapato de cuero más antiguo del mundo tiene unos 5.500 años y se ha encontrado en Armenia. Se trata de una pieza de cuero vacuno de enorme valor que fue diseñada a medida. Aunque apenas se conocen las técnicas o útiles del oficio miles de años atrás, si sabemos cómo era el taller del zapatero en los últimos siglos y que ha llegado casi sin cambios hasta nuestros días. El zapatero siempre ha usado como herramientas las cuchillas de acero, el martillo remendón y el galgo, la manopla, el tirapié, el escarificador, la horma de madera, las estacas, la tenaza y la escofina.
Si el artesano creaba calzado nuevo era llamado maestro zapatero. Si lo que hacía era reparar, entonces su oficio era conocido como zapatero remendón o zapatero de viejo. En Salas de los Infantes, como ocurría en otros muchos pueblos de Pinares, hubo cuatro zapateros en los años sesenta, setenta y ochenta. Jesús, Valentín, Miguel y Evencio también llamado “Zapaterín”. Yo era muy niño, pero guardo maravillosos recuerdos de éste último gran zapatero de la comarca. Evencio era un hombre pequeño de talla pero muy grande de corazón. Tenía su taller de zapatos en la calle Filomenta Huerta, justo donde hoy podemos encontrar la peluquería Rodríguez de la ciudad milenaria. Mis padres, siempre atareados en la tienda, solían encargarme la maravillosa labor de llevar el calzado a reparar. Zapatos, zapatillas, botas y botines. Y allí me dirigía yo, con la ilusión de entrar a aquel cuarto diminuto dividido en dos estancias en las que dominaba el olor a betún, la maravillosa música de una radio antigua y destartalada y la voz aguda y dulce del gran Evencio. Y es que aquel “hombrecito” alegre destilaba pureza de alma y de corazón. Porque, como solía decir Fenelón, las almas bellas son las únicas que saben todo lo que hay de grande en la bondad. Aquel rincón era su reino mágico y su lugar en la tierra. Entre el betún y el cuero y el sonido celestial de las máquinas que usaba para remendar el calzado. Sin embargo, todo tiene un principio y un final. Y con él se fue el último gran taller de zapateros artesanos de Salas. Un oficio hoy casi extinguido que siempre permanecerá en los recuerdos más bonitos de mi niñez.
Puedes conocer mejor la trayectoria personal y profesional de Germán Martínez Rica visitando su perfiles de Linkedin y Facebook.