La vida y la muerte están escritas en nuestro calendario. Vivimos mirando a un reloj que tarde o temprano detendrá su latido intermitente. Aquella gélida tarde del 17 de diciembre de 2014 la noche bailaba feliz en la calle Infantes de Lara iluminada por las luces de la Navidad. Eran casi las ocho de la tarde y yo salía de la Tienda de los Mediavilla. En la antigua carnicería de mis padres vecinos y foráneos apuraban sus últimas compras entra abrazos calurosos, caricias amables y besos eternos. Las cuadrillas de amigos y amigas visitaban con fervor los bares para rememorar viejos tiempos en compañía del café, la sidra, el champan o la cerveza. La cita con los míos era en el Roll Jhon. Tras abrigar mi piel con mis guantes de cuero negro y el gorro verde de algodón comencé a caminar subiendo la calle. Mi paso era firme, rápido y voluntarioso. Al llegar allí algo llamó poderosamente mi atención.
El tráfico se había detenido y la gente se agolpaba a ambos lados de la carretera. Una furgoneta había atropellado a dos señoras mayores que yacían en el suelo. La primera estaba estable pero gritaba de dolor. Alguien me ayudó y decidí acercarme a la otra anciana que estaba tendida en el suelo. Estaba boca abajo y apenas podía respirar. Tenía una herida pronunciada en la cabeza y sangraba abundantemente. Comencé a hablarle. Quería que mantuviera la consciencia. Fueron los dos minutos más largos de mi vida. Entonces reparé en que otra mujer era la señora Aurora, la mejor y más fiel amiga de mi abuela Tere. Mi alma se congeló y sentí que mis pulmones dejaban de respirar. Le susurré al oído que era su nito Germán, que la quería, que estaba allí con ella y que todo iba a salir bien. Pero nada salió bien. Ella reconoció mi voz y balbuceó mi nombre. Vivió dos minutos más. La ambulancia llegó pronto pero ya era tarde porque mi abuela había dejado de moverse y de respirar. Murió a las 20:00 horas de aquella fría noche del 17 de diciembre de 2014 acompañada por mis palabras, mi aliento, mi amor, mi cariño e iluminada por las luces de Navidad. Murió rápido y estoy seguro que de que murió feliz justo en frente del letrero de la calle que lleva su nombre Santa Teresa en Salas de los Infantes. La muerte es el último viaje, el más largo y el mejor decía el gran escritor Tom Wolfe. Y yo estoy de acuerdo. Por eso le agradezco a mi Dios que me dejara despedirme así de mi abuela. Vivir es un regalo maravilloso envuelto en papel de seda y más en esta época tan maravillosa como es la navidad. Por eso, si estás leyendo esto hazme un favor y no esperes a mañana. Vete a besar y abrazar a aquellos que más quieres. Hazlo ya. Hazlo ahora. Mañana…¿A quién le importa lo que suceda mañana?