Se nos fue uno de los grandes, Don Idelfonso García Martínez.
La vida es el regalo más maravilloso del mundo. Para un niño sería algo así como esa bolsa de chuches de mil colores y sabores que no se termina jamás. Simplemente respirar y sentir acompasados los latidos de nuestro corazón es suficiente motivo para sonreírle al sol cada mañana. Y hacerlo sin importar si las nubes celosas y enfadadas no nos permiten verlo brillar en todo su esplendor. Vivir es simplemente dejar que las mariposas acaricien nuestro pelo y la lluvia moje con dulzura nuestra piel. Vivir es chapotear de nuevo el barro sin pensar en la edad, en las arrugas o en la vergüenza. Vivir es amar de tal forma que los propios sentidos se pierdan para no volver. Vivir es volver a ver un nuevo amanecer abrazado al amor de tu vida. Vivir es compartir alegrías y tristezas con tus padres a pesar de su alma marchita y del paso del tiempo. Vivir es una apuesta sin premio por conquistar nuestros sueños a pesar de estar despiertos. Vivir es simplemente vivir. Sin pensar en el ayer o en el mañana. Valorando cada instante, cada momento desafiando a un tiempo que no existe. Vivir es vivir. Esa era la maravillosa filosofía del gran Idelfonso García Martínez que quiso despedirse de la vida el pasado 28 de septiembre en la ciudad de Burgos. Se fue, como los buenos protagonistas de una vida plena, demasiado pronto. De él, afortunadamente, guardo muchos y maravillosos recuerdos bajo llave en mi corazón. Creo que el más importante de todos es que siempre, y así es como lo recuerdo, fue un hombre feliz. Uno de esos hombres íntegros que hacía del optimismo su bandera, enarbolándola para conquistar los corazones de aquellos que tenían la fortuna de cruzarse en su camino. Idelfonso fue un gran conversador que manejaba las palabras y los tonos con silencios prolongados, humildad y una maravillosa sonrisa. De convicciones firmes, fue un hombre conocido, amado y respetado en Salas de los Infantes y en toda su comarca. Disfrutaba del deporte como si fuera un niño disfrutando de una sabrosa tableta de chocolate. La bici fue siempre su mejor y más fiel compañera y con ella recorrió miles de kilómetros de asfalto y caminos enrevesados en los que saludaba a los árboles mientras cruzaba cada vereda y cada arroyo. Construyó además con esfuerzo y tesón una familia fuerte y unida. Al final Ildefonso murió como vivió, sonriendo y feliz rodeado de aquellos que más le querían. Su recuerdo, el de un gran hombre, ya resuena en los más puros acantilados de aquella Castilla eterna a la que tanto quería. Porque, como decía el gran mago de las palabras Jorge Luis Borges, la muerte es una vida vivida y la vida simplemente una muerte que viene. Descansa en Paz allá donde estés. Por aquí te echaremos mucho de menos.
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