La infancia es ese cofre de oro blanco donde guardamos nuestros recuerdos. Un lugar mágico al que acudir para revivir aquellos momentos que marcaron una época inigualable en nuestras vidas. Mi infancia sin duda alguna es una patria que siempre defiendo en cualquier batalla. Por eso, de vez en cuando, tomo un billete de primera sentado en una butaca de cuero fino para regresar en cuerpo y alma a los que fueron los mejores años de mi vida. Uno de los recuerdos que conservo más vivos eran aquellas gasolineras en las que repostábamos en mi niñez. Sobre todo cuando llegaban las vacaciones para los Martínez en el mes de septiembre y nos apiñábamos felices como chinches juguetones en aquellas latas con ruedas buscando el mejor de playa en el levante español. Si, recuerdo con mucho cariño y enorme nostalgia aquellas gasolineras como verdaderas estaciones de servicio. Y es que entonces el termino repostar tenía mucho sentido. En mi mente guardo con claridad la imagen de aquellos dos operarios amables que salían a atenderte nada más que detenías el coche para repostar y descansar. También recuerdo su amabilidad, su trato sencillo y cercano y su enorme predisposición para ayudar al cliente en todo lo que fuera necesario. Tras los saludos iniciales y a veces una breve conversación, uno de ellos siempre llenaba el depósito del combustible mientras el otro limpiaba con enorme profesionalidad los cristales delanteros y traseros del vehículo. Nosotros, los Martínez, lo único que teníamos que hacer era esperar pacientemente para después pagar en la oficina atendidos de nuevo muy cordialmente por otro trabajador. Pues bien, como no queda ninguna duda de que somos el animal más imbécil y aborregado del mundo, en vez de ir hacia delante hemos ido yendo hacia atrás. Así, ahora ya no repostamos en estaciones de servicio sino que lo hacemos en estaciones a su servicio, al servicio de las grandes corporaciones de petróleo. Ahora, salvo en contadas excepciones somos nosotros los que nos arremangamos la camisa y el orgullo y llenamos el depósito de gasolina. Tampoco hay nadie ya que limpie los parabrisas o revise las ruedas. Hablamos de manipular un material altamente inflamable y peligroso por lo que hay que preguntarse… ¿Tenemos formación para hacerlo? No, claro que no. ¿Tenemos obligación de hacerlo? Por supuesto que no. No la tenemos. ¿Lo hacemos? Sí, lo hacemos. Y lo hacemos además sin protestar, sin reclamar y sin decir absolutamente nada. ¿Por qué? Porque somos el animal más tonto y aborregado del mundo. Por eso, como se que me lo permiten, viajo a mi infancia todo lo que puedo porque en este caso cualquier tiempo pasado siempre fue mejor.
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