Viajad, os lo dice un buen amigo
No vaciles nunca en irte lejos, más allá de todos los mares, de todas las fronteras, de todos los países y de todas las creencias. Esta gran cita sobre el viaje entendido como la piedra filosofal del descubrimiento es de Amin Maaolouf, escritor, periodista y premio Príncipe de Asturias. Y es que el viaje en sí mismo es una aventura maravillosa. Es como un buen libro inacabado; dulce, intrigante y lleno de un atractivo y poderoso misterio. Viajar es algo así como volar. Siendo águilas reales que se baten en duelo con el cielo y las tormentas. Viajar es vivir de forma apasionada saboreando cada descubrimiento como si fuera el último tarro de miel sobre la tierra. Sin viaje no hay sorpresas, ni comienzos, ni finales. Sin viaje no hay respuestas. Y sin ellas el hombre se entristece de tal modo que deja de existir. Yo viajé. Y lo hice con una vieja maleta cargada de ilusiones, de recuerdos y de sueños. Yo viajé con los bolsillos vacíos y el alma llena. Saboreando cada parada, cada ciudad, cada aldea y cada momento. Saboreando los maravillosos matices del presente que es la vida vivida y no la que ya vivimos o nos queda por vivir. Viajé como los nómadas buscando un nuevo sentido de la vida. Viajé corto de equipaje y lleno de pasión. A lugares hermosos y legendarios atrapados por la tela de araña del tiempo. Viajé buscando sonrisas a través de las lágrimas. Anhelando felicidad sin poder dejar de llorar. Primero a Bournemouth en Inglaterra donde viví con desenfreno y pasión mi juventud. Después mis botas y mis pasos me llevaron a Bruselas. Una ciudad cosmopolita y despierta que jamás dejó de sonreír. Conocí la Irlanda de los celtas y viví la vida desprendida y alegre en un campamento cercano a Filadelfia. Transité llevando una vida bohemia por las calles oscuras y graníticas de Manchester, la ciudad sin ley. Derramé mi alma como si fuera sangre en las plazas de Edimburgo. Viviendo y sobreviviendo como los vampiros buscando desesperadamente sangre y respuestas. En Florencia perdí la cordura y en Lisboa la encontré. Y fue así, viajando, como logré hacerme con el timón del galeón que es mi vida. Navegando como los antiguos corsarios a pesar de las tormentas, del viento y de las olas de un océano infinito y aterrador. Viajando para sentir la vida como la siente un niño, siempre en continuo descubrimiento. Os animo a viajar como lo hacían los grandes exploradores de otras épocas. Sin temor, dudas, rencores o tristeza. Siempre con botas viejas e ilusiones nuevas. Viajad ligeros como hojas en otoño antes del último suspiro. Porque la vida pasa, la muerte llega y el tiempo al final es el único testigo. Viajad sin esperar a mañana. Os lo dice, en confianza, un buen amigo.
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