Adolescentes libres
En fechas no muy lejanas hemos contemplado atónitos en los medios de comunicación como una niña de trece años se ensañaba a patada limpia con otra niña de su edad caída en el suelo mientras la amiga grababa la imagen para distribuirla en You Tube.
No puedo imaginar los sentimientos de las maltratadoras. No puedo razonar qué les pudo pasar por la cabeza a unas adolescentes a las que se supone un mínimo aprendizaje en el campo de las emociones. Luego irían a casa tranquilas, la comida puesta, la ropa limpia y el mimo de los papás. Porque los padres salen al encuentro del amor de los hijos sin reprimenda alguna y con sus caprichos en bandeja no sea que se solivianten. Los hijos negocian desde niños sus actitudes: tú me das lo que te pido y luego obedezco. O yo te quiero si haces lo que digo.
La paliza y su distribución en la red no se pueden justificar como un hecho aislado cuando las protagonistas saben que es aceptada y celebrada por colegas con la misma trayectoria agresiva. Entra en juego el comportamiento colectivo de unos adolescentes no marginales, supongo, puesto que disponen de medios para difundir y ver su peculiar maltrato. En sus relaciones sociales va desapareciendo la comunicación verbal. Al lenguaje oral le rodean en viaje de ida y vuelta los gestos, las miradas, el tono de voz… Este campo emocional de los mensajes orales no puede ser sustituido por las “maquinitas” a las que no discuto su eficacia como medio de comunicación pero no sirven para el desarrollo de los sentimientos.
Estos sentimientos se alojan en un lugar concreto de nuestra masa cerebral. Según los científicos el cerebro llega a su etapa final del desarrollo a los 25 años aproximadamente. El aprendizaje continúa durante toda la vida. La educación ayuda a desarrollar todas las capacidades para ser uno mismo y no una copia. Es como el vestido de gala para asistir a la fiesta del vivir solidario. La libertad se aprende en la familia, en la escuela, en la calle, en los juegos compartidos. No son libres los que se meten en licores duros para ser brillantes, atléticos y caprichosos. Según Goethe “nadie es más esclavo que el que se tiene por libre sin serlo”.
Es cierto que los mayores, desde siempre, han reconocido su juventud como la mejor. Pero no es menos cierto que ahora nos enfrentamos a una generación de niños, y menos niños, consentidos y malcriados. Cuando en un centro educativo un chaval se pone chulo ante el profesor o el jefe de estudios o el director hace tiempo que los padres perdieron la batalla. En mi experiencia como docente no he tenido alumnado tan conflictivo. Ahora sí. La educación no es una batalla partidista en el campo de los votos. ¿Qué hacemos?
guadalupefdelacuesta@gmail.com