En el amanecer capitalino, cuando vislumbramos edificios muy lejanos a la orografía montañosa emplazada tras los cristales de la casa de Neila, miro mi móvil con la esperanza de ver el saludo mañanero de los hijos. Y por más que manipulo las teclas de encendido y demás aplicaciones, sólo aparece una palabra inmutable en la pantalla: Samsung. Sin más. Con las prisas del regreso al pueblo, acudimos, sin tiempo de espera, a la empresa de Movistar donde tengo el contrato de telefonía. Y allí, el técnico, con escasas palabras, me afirma que mi móvil no funciona, que la tarjeta esta inoperante, y que he perdido todos los datos: teléfonos, whatsaps, fotos, y todas las restantes aplicaciones de “uso y disfrute”. Y me da otro móvil nuevo sin otro contenido que el formato y poco más. Hice todo lo posible por contener mi desesperación porque, según un aforismo, esa situación es el dolor de los débiles. Y cada fracaso nos enseña algo que necesitamos aprender. En esos momentos, tenía que vivir el “ahora”. Y tratar de ver un acontecimiento trivial, insignificante en comparación con otros asuntos de mayor enjundia para el vivir.
Y así, con este ánimo maltrecho, pude ir al reencuentro de los números de teléfonos de los hijos, y con su ayuda pude lograr mi alegría y satisfacción, no sólo por sus soluciones técnicas sino por las palabras de aliento y cariño ejemplares. La costumbre de ver el lado bueno de las cosas vale una fortuna. Con esta emoción contenida y con el resultado de una cita médica sin contratiempos a destacar, hicimos el regreso al pueblo. Pero el “poder del ahora” me llevó a la costumbre de mirar al móvil, por ver mensajes u otras “tontunas” inconcebibles en el buen quehacer razonado, con premisas acertadas y conclusiones certeras. Este vacío se llenó con la atención profesional de un joven muy preparado y con mucha experiencia en móviles, de Quintanar de la Sierra. Su pedagogía y silogismo va más allá de su compromiso comercial en la venta y atención a los clientes. Tengo en mis manos un móvil adecuado a mis necesidades, que no son muchas, y un juicio equilibrado y sustancial de la calidad humana de nuestros jóvenes, y menos jóvenes, que echan por tierra todos los infundios y malversaciones intencionadas respecto a sus conductas y proyectos de futuro.
Los que tenemos edad, sabemos de contactos y desahogos en comunicaciones telefónicas a través de una centralita que manejaba una operadora a la que había que solicitar cita para establecer la hora de la llamada. Su trabajo consistía en colocar una serie de clavijas para establecer la comunicación. Luego, establecida la llamada, pasábamos a una cabina telefónica. Desde ahí llegamos a tener teléfono de disco giratorio colgado en las paredes. Y nueva innovación con la aparición de los teléfonos autónomos de un tamaño mayúsculo. Y así, con tanto desarrollo, llegamos a la situación actual de los móviles, donde se lee, se comunica, y aún se describe al planeta Tierra con una singularidad pasmosa. Y basta con escribir, por ejemplo, un pedido comercial, para que llegue a la puerta de casa las compras solicitadas. Con estas premisas, los pueblos darán el óptimo uso a una vida placentera. Esa es nuestra lucha. Ese es nuestro “Poder”. Ese es nuestro “Ahora”.
Guadalupe Fernández de la Cuesta