Una ausencia irreparable en mi vida
Pido perdón por este personal desahogo. Me pongo a teclear las letras en el ordenador tratando de encontrar las palabras adecuadas para escribir mi intenso dolor emocional tras el fallecimiento de mi marido, Jesús Almaraz.
Nunca sospechamos tal desenlace tras los paseos habituales en Neila este verano y programas de disfrute de los días del vivir. Se iban presentando fatigas en los paseos. Y cansancio. Es la edad, nos decíamos. La situación declinaba pero no a los extremos a los que hemos llegado. En una consulta habitual en Madrid, a finales de noviembre con analítica incluida, ya lo dejaron ingresado en el hospital. Una enfermedad rara y grave de la sangre. Un síndrome de “hemofagocitosis” nos dijeron. Esta enfermedad “rara” le ha conmutado los órganos humanos del vivir en asaltantes a la muralla de la salud. Los médicos han elogiado su fortaleza y su aceptación de una realidad del morir cuando las pruebas médicas daban resultados catastróficos sobre la supervivencia. Y han valorado, y mucho, su sentido del humor y el estar arropado por su mujer, sus hijos y nietos, hasta el último momento, cuando entró en escena la sedación programada por los médicos y deseada por él. Me pidió que siguiera escribiendo, y pintando cuadros. Y que no sufriera. Que había soñado que había muerto y qué bien. Esta frase se ha escrito en una cinta en nuestra corona de flores.
Jesús seguirá hablando en los parajes de Neila, en sus ríos y arroyos, en sus montes y valles, y en todo tipo de plantas y animales silvestres. Deja grabadas sus huellas en robles, rocas, mojoneras… Todos ellos ubicados en lugares de singular empatía. Ahí está nuestro pino de la Laguna Negra, ya maduro, con marcas de fechas destrozadas y huellas de recuerdos de nuestra adolescencia y juventud. Lo vimos este mes de septiembre. Ahí está la foto de este último viaje. Jesús seguirá hablando en las mentes de nuestros paisanos con esa especial empatía con los devenires y asuntos de las gentes del pueblo. Él se sentía correspondido en los afectos tras unas palabras consensuadas en cualquier tema y condición.
Me resulta muy doloroso exteriorizar mis sentimientos en la página de un periódico de nuestra tierra. Hablar de la muerte es cómo un tema tabú. No se exteriorizan las emociones con lloros. Hay que ser valientes. Siempre se habla de las grandes cualidades de los que saben vivir con estoicismo estas ausencias tan dolorosas después de fallecimiento de un familiar próximo. Es posible que esté entrando en el túnel de las alabanzas de Jesús, porque es mi marido. Y busco la valentía. Pero necesito vencer a la Soledad (con mayúscula). Y voy al encuentro con las personas que le querían. De los que rebosaban afectos de cariño y compresión ante su presencia. Gracias a todos por aliviar el aire que respiro. Siembro en buena tierra. No sé qué hacer con las sobras de mi vida sin vivir. Escribo al dictado y no corrijo, para dejar en aire estos momentos íntimos. Acabo de hacer realidad tu deseo de que escribiera. Así lo hago. Y estás a mi lado. Como siempre.
Guadalupe Fernández de la Cuesta.