A veces resulta complicado definir un vocablo cuando emanan sentimientos escondidos tras las múltiples acepciones aplicadas en la literatura y en poemas de consagrados autores. Me viene a la memoria el primer libro del insigne Miguel Delibes “La sombra del ciprés es alargada” donde el autor nos va destapando una escena mística dominada por el pesimismo. Si nos atenemos a la definición de “sombra” en la RAE, nos habla de una “Imagen oscura que proyecta un cuerpo opaco (…) al interceptar los rayos de luz” Y en una segunda acepción: “Parte de un espacio a la que no llega la luz, especialmente la del sol”. Pero, a veces, las palabras o locuciones encierran imágenes, sólo imágenes, difíciles de explicar su significado con palabras. Estas realidades inexplicables pueden tener un contenido real, anímico o metafórico. En el primer caso, las imágenes de las sombras del pinar las llevo ancladas en mis neuronas desde la niñez. Me resulta muy difícil describir con palabras esos hilos de sol en los troncos de los pinos que proyectan su abrazo de sombras bordadas en el verde suelo. Y no sé articular un texto narrativo sobre las múltiples filigranas que dibujan las ramas en el cielo azul. Son percepciones escritas en el alma sin llegar a otra conclusión que no sea la suma placidez de esos momentos incomparables a cualquier otra actividad de recreo, descanso o diversión. En el sentido metafórico, la palabra “sombra” y sus derivados, es la savia de célebres poemas de autores insignes. Por ejemplo, Federico García Lorca habla de su necesidad de escribir para huir de la tristeza: “La sombra de mi alma/ huye por un ocaso de alfabetos/ niebla de libros/ y palabras”. Así se forjó el gran escritor fusilado en nuestra Guerra Civil. Una sombra no reparada.
Pero es el estado anímico de las personas el que navega, muchas veces, entre las sombras del desánimo y la incomprensión. Oigo afirmar con toda vehemencia, a gentes de buen saber y vivir, que resultan falaces los sentimientos anímicos negativos provocados por el confinamiento y actitudes varias como resultado de la pandemia del coronavirus”. Los estados de ansiedad, depresión, claustrofobia, insomnio, agorafobia… no pueden ser provocados por un estado de “alarma social” y el encierro en casa. Ni por ausencias inesperadas. Eso se pasa en un tiempo, y ya esta. El tiempo no lo cura todo. Estas sombras oscuras existen cuando una anormal situación acampa en los ánimos sensibles, activos y, sobre todo, en los perdedores de una economía basada en el turismo. Para vencer hay que batallar con un arma poderosa: la comprensión. Y fomentar las relaciones sociales de pueblo donde todos nos conocemos. Y apartar de nuestras vidas la solución cainita de bueno y malo.
Comparto mi abrazo emocionado de nuestras sombras bordadas en el verde pinar con unos versos de uno de mis poemas guardados en el cajón de las actitudes positivas: “Mi sombra manejo con libertad/ en la cuna del cielo./ Mi huella no es de barro sino de aire/ que deshace el beso/ y transforma en luz/ lo que antes fue cieno”.
Guadalupe Fernández de la Cuesta