El curso del río de mi vida ya lleva su trayecto avanzado hacia la desembocadura en el mar con la mirada puesta en mis actitudes bordadas en el cielo. La experiencia me dice que, a veces, cuando creemos que tenemos todas las respuestas a cualquier desafío, de pronto, el laberinto de la vida nos obliga a plantearnos otros valores y conductas responsables. La dicha y satisfacciones dependen de nosotros, de nuestro sentimiento solidario y empatía. De saber escuchar y compartir las inquietudes con los demás. La vida está llena de sorpresas, algunas buenas y otras no tanto. No debemos obsesionarnos con ser felices, sino dejar fluir las emociones y aprender de cada una de ellas. A veces, a mí me pasa, el corazón tiene unas actitudes que mi razonamiento no entiende. En mi cerebro formulo las respuestas a cualquier desafío y de pronto, el laberinto de la vida me obliga a plantearme otros valores, otras respuestas.
Nuestra huella emocional perdurará en nuestros descendientes y familiares. Y en las personas que conocemos y con las que hemos compartido ratos del vivir. Si hay algo que no nos pueden quitar es el recuerdo que el tiempo no borra. Por eso mi baúl no cierra la tapa. Creo que una de las disposiciones más tempranas que me surgieron en la edad y más agudas en el corazón, es el anhelo de aprender algo útil. Plantar las semillas de los deseos en la mente es lo más básico de nuestras reflexiones. Aprovechemos de verdad todos los días de nuestra vida. Hay que tener agallas para apostar por todo lo que nos interesa y obtener lo que pretendemos. La responsabilidad en nuestras actitudes es el precio de la grandeza del ser humano. En el viaje de la vida debemos mantener la esperanza en un mañana más feliz y perder el miedo al fracaso. Y no sólo en estas fiestas.
Es mi deseo que el mejor adorno de Navidad sea una gran sonrisa en buen estado de ánimo. Y que nuestros corazones se llenen de esperanza. Así podemos disfrutar de las fiestas navideñas y gozar del curso del río de la vida en todo su trayecto. Todas las personas tienen el potencial de compartir muchísimo cariño y felicidad con sus seres queridos, no sólo en Navidad, sino en cada momento de la vida. Dejo mis sentimientos abiertos en estas fiestas entrañables reproduciendo una frase de Jung, médico fundador del psicoanálisis: “La palabra felicidad perdería su sentido si no se equilibra con la tristeza”. Mis afectos son solidarios para todos. También para los sufrientes. En estos días quiero compartir mi huella emocional y transmitir las semillas de los deseos de felicidad no sólo en estas fiestas, sino para cada momento de la existencia vital. La vida es un viaje. Habrá que disfrutar del camino. Y guardar las emociones en el baúl de los recuerdos. ¡Feliz Navidad!
Guadalupe Fernández de la Cuesta