Una buena lectura

Estamos viviendo un encuentro mágico en el mundo de la comunicación y de la imagen

con las nuevas tecnologías que nunca dejarán de sorprendernos. Los avances científicos sobrepasan los límites de nuestras neuronas gastadas y envejecidas. A muchos mayores los ipad, tablets, srmartphones y demás cacharros especializados para el intercambio de noticias y mensajes nos resulta farragoso o desconocido. El progreso de nuevos descubrimientos en el mundo de la informática envuelve al globo terráqueo en una cocina donde todo se guisa y se come. Eso está bien. Pero aún me cuesta leer un libro en un soporte que no sea en el papel de toda la vida, donde los dedos palpan su textura blanda y se escucha el sonido amable de sus hojas.
La Historia, con mayúscula, nace cuando el hombre descubre la comunicación a través de unos signos grabados a los que dota de significado. La escritura es el parto de la evolución humana. La  palabra escrita nos devuelve al presente avatares de civilizaciones que se produjeron miles de años a.C. Por ejemplo, el rey de Babilonia, Hammurabi,  que reinó en el siglo XVIII a.C. nos dejó su “Código de leyes”, el más antiguo del mundo, grabado en un bloque de diorita. Todo lo que nos fascina del Antiguo Egipto, además de sus monumentales pirámides y templos, es saber lo que ellos nos han legado a través de su escritura jeroglífica. Han momificado sus hechos históricos, sus avances científicos, sus vidas y sus sentimientos a través de sus papiros. Otras culturas antiquísimas han sobrevivido gracias al conocimiento de la escritura. 
    El texto escrito es la gimnasia del cerebro. Obedecemos al médico que nos desea sanar el cuerpo con paseos interminables, dietas, pastillas… Para sanar el pensamiento existe una receta fácil de cumplir: una lectura plural de contenidos en libros fáciles e imaginativos. Libros que nos divierten y nos entretienen y a los que arrancamos el significado de las palabras como la carne al hueso y saboreamos su contenido semántico con el placer del goloso. La buena lectura libera a la mente de prejuicios atávicos y canaliza el espíritu solidario hacia los otros, a los que nos resultan incómodos, a los diferentes.  Además nos llenan de sosiego el tedio de las tardes de anocheces tempranos con el  gustazo de compartir y disfrutar historias ajenas, 
    Cuando esto escribo, estamos aturdidos por el Ébola que nos ha venido a España; por los ladrones de guante blanco de Bankia; por los catalanes y su derecho a decidir no se qué, si es que se aclaran… Vivimos un caos de sucesivas comunicaciones en un alarde de incompetencias en periódicos o en emisoras de televisión para crear audiencia y, a la vez, una buena dosis de alarma social.
    Para evadirnos de tanta información mediática con tintes fatalistas recomiendo en estos días otoñales de paisajes dorados y cielos con nubes de algodón una lectura pausada y silenciosa. Hoy no me nace la protesta. Ya sobran tantos desmanes. Leo y me relajo.