viernes. 22.11.2024

Buenas intenciones

Un muro de plomo cubre la sierra. Es mediodía y el sol no se resigna a ocultarse.

Unas sombras oblicuas y desmedradas se doblan en las paredes de las casas y barren las solanas. Todo es silencioso. Caen las horas con sosegada lentitud y ya hemos consumido un pedacito del año que estrenamos hace nada. Parece que fue ayer cuando celebramos la Nochevieja y ya hemos gastado dos meses en el calendario. En ese almanaque colgado en la pared garabateamos, casi con urgencia, citas médicas, asuntos pendientes, cumpleaños que necesitan felicitación, recados y otros hitos de la memoria quebradiza. En nuestro cerebro se agitan las neuronas impacientes por encontrar el equilibrio en el caos del razonamiento. Hacemos limpieza general, organizamos nuestros armarios mentales y, bayeta en ristre, limpiamos los neurotransmisores y los dejamos como la patena. Nuestra cabeza se yergue ligera de obligaciones y nuestros impulsos cerebrales tejen un entrecruzado de buenas intenciones. 
Recuerdo mis confesiones adolescentes y menos adolescentes. Siempre llevaba los pecados organizados en retahílas que iban, una y otra vez, al confesionario. Los pecados de mayor enjundia eran contra el sexto mandamiento. Lo cierto es que abrumaban estas faltas en la conciencia. De esta malformación hemos salido indemnes a fuerza de borrar el lastre de la culpa. Recuerdo bien el sentimiento de felicidad, como destellos de gracia divina, que acariciaba tras haberme liberado de la caída al infierno. Claro que este gozo era exiguo  aunque existía un firme propósito de la enmienda. Este bendito sosiego lo vivo en contadas ocasiones cuando decido que el orden se cuele entre los papeles, en los cajones, en los armarios, en la vida. Como si arrojara a la basura mi mala conciencia. Al fin, la armonía.
He leído no hace muchos días en un periódico el experimento que un experto en Psicología realizó en su conferencia a los de edad tardía: Invitó a uno de los asistentes a llenar un bote de cristal con piedras grandecitas. Cuando se ha colmado, lo cierra. ¿Cabe algo más en el bote? No, responden. Es evidente que está lleno. Prueba a meter piedras más diminutas y entran. ¿Cabe algo más? No. Ahora introduce arena, y cabe. ¿Algo más? No. Aún se cuela algo de agua. Si esta operación se realiza a la inversa comenzando por el agua –explica con detenimiento- las piedras grandes no tendrían cabida. Moraleja: los asuntos más tortuosos y difíciles, los haré en primer término. Luego podré realizar otras cuestiones que nos impliquen menor esfuerzo físico o emocional. 
Hagamos propósitos de enmienda para renacer al sosiego de vivir. Repito como siempre a Machado ante la presencia de un olmo seco, al que le han brotado unas hojas verdes en el mes de abril: “Olmo, quiero anotar en mi cartera la gracia de tu rama verdecida. Mi corazón espera también, hacia la luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera”.
            Guadalupe Fernández de la Cuesta

 

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