De la bulla al silencio
Últimamente se publica en los medios informativos como un hecho relevante el descubrimiento del vacío en la España rural.
Últimamente se publica en los medios informativos como un hecho relevante el descubrimiento del vacío en la España rural. Nos revelan unos hechos como si hubieran acontecido “ayer mismo”. No saben que la despoblación se inicia en la década de los setenta cuando se produce la diáspora de los habitantes de los pueblos a las ciudades tras los puestos de trabajo en las nuevas industrias. El periódico El País del lunes 6 de febrero publica con grandes titulares: “4.955 pueblos de España en riesgo de extinción”. Esta grandilocuencia se hace eco en otros noticiarios. ¿No era de interés publicarlo antes de que se produjera este desgarro en la población rural?
Es cierto que, obviando las guerras mundiales que transfiguraron los mapas poblacionales en Europa, tan sólo una generación, la nuestra, ha vivido un cambio drástico en la vida rural con la emigración de los habitantes de los pueblos hacia las ciudades. La memoria no tan lejana me lleva al año 1967 dando clase a cuarenta alumnos en una escuela unitaria rural. En ese mismo año y siguientes, en mi pueblo, una amiga mía ejercía como maestra de una clase de párvulos sumada a una de niños y otra de niñas desde los seis a los catorce años. Las puertas de casas se abrían a la vida con sus cocinas encendidas y las camas deshechas en las noches del silencio. Existían los ganados de ovejas, vacas, caballos y los cerdos de la matanza. Las tierras asomadas a veces en laderas imposibles devolvían el esfuerzo de los trabajos en cosechas suficientes para el mantenimiento familiar. Fuimos niños y adolescentes educados en el bullicio de los juegos en la calle y en el respeto mutuo. Nuestra madurez se fue forjando en los diálogos con la Naturaleza, en el trato con las personas mayores, en los trabajos de las tierras y en el cuidado de los animales según nuestras fuerzas. Los atendíamos muy bien sin esa humanización que arrastra a los animalistas a ver en ellos al prójimo mientras, paradojas de la vida, abunda la deshumanización de los hombres.
Se habla ahora de la España Vacía. Ese es el título del libro ya recomendado de Sergio del Molino. Otro autor, Jesús Carrasco, dibuja con sus palabras pueblerinas y elocuentes la soledad de los pueblos. Se habla, se publican comentarios, mapas de despoblación… No tenemos aire de tontos. La vida rural no da votos. Ningún político, ni siquiera a nivel provincial, aporta solución alguna a los pueblos en vías de su desaparición. No vamos a llorar por lo que se perdió pero nos vale pensar que existen cosechas nuevas. Una de ellas, por ejemplo, es el “Turismo” –con mayúscula-. En esta temporada de nieves el paisaje recobra la poesía del color blanco que humilla las ramas de los pinos y desdibuja la orografía de los montes. El silencio se hace vida humana trascendente y se otea la gloria de una belleza inigualable. La soledad es muy hermosa pero hay que tener alguien al lado para decirlo. La huella de nuestros sueños no es menos real que la de unas pisadas en nuestros suelos. Y buscamos esas huellas para no desaparecer.
En Noviembre de 2001 escribí un poemita dedicado a mi pueblo. Hago un pequeño extracto de lo que ya se vivía: “La sangría obligada tras otros soles/ de porvenir incierto/ almagra las casas en secuencia de ruinas/ y de silencios/ Huelo tu aliento y escucho tu agonía./ Nunca seré yo sin mis raíces/ sangre del monte en mis venas/ Quiero ser arroyo que pueble de verde la sierra./ Quiero ser surco de tus semillas/ Quiero ser Neila.
Guadalupe Fernández de la Cuesta