Conductas positivas
Era mi madre una excepcional narradora de cuentos. Mis hermanos y yo nos hemos beneficiado de aquellos relatos ancestrales donde los personajes dibujaban sus siluetas en un coqueteo de ficción entre escenarios regios y sombras tenebrosas.
Uno de estos cuentos, (no sé si lo repito) era el de “Juana la Lista”. Juana la Lista era moza casadera. Un día su novio va a pedir relaciones formales a sus padres. La madre manda a la hija sacar vino del pellejo para obsequiar al pretendiente. Al bajar la escalera Juana la Lista centra su atención en un hacha colocada en una viga del techo. Hace sus razonamientos: Y si nos casamos, y tenemos un hijo, y le mandamos a por vino, y le cae el hacha…Lo mata, seguro que lo mata. Como la muchacha no regresa con el jarro de vino, baja la madre y Juana le cuenta su pesadumbre. Las dos mujeres quedan paralizadas por el trágico devenir del hacha. Sale a su encuentro el padre. El mismo relato. Y lloran los tres su desgracia. Al final aparece el novio. ¿Qué pasa? Y ellos desahogan su congoja. ¿Con éstas andamos?, dice el mozo. Sin pensarlo dos veces descolgó el hacha de su sitio y plantó a la novia: Ahí os quedáis.
Siempre subjetivamos la realidad. Es muy difícil despojarse de condicionantes modelados en los entresijos de nuestro estado emocional. Vemos la botella medio llena o medio vacía. Sentados frente al televisor engullimos noticias nada alentadoras sobre la pandemia del virus, y el futuro económico de nuestro país en connivencia con otros derrumbes financieros en países desarrollados. Son las consecuencias del “covid-19” y muchas familias han sido alcanzadas por esta apisonadora de los despidos laborales. Por diversas circunstancias, todos traemos al presente la negrura espesa de futuros siniestros con toda suerte de premoniciones catastrofistas. Y nos llevamos a la cama el miedo de vivir arropados por una atmósfera vírica no controlada y sus consecuencias, tanto de salud como económicas.
En nuestra tierra de pinares abro mi esperanza a un optimismo legítimo. Estamos sumergidos en unos comportamientos inusuales y nunca conocidos para controlar la pandemia. Nuestras autoridades sanitarias hacen continua la llamada a la responsabilidad individual en el uso de las mascarillas, y a la distancia de seguridad. Las ciudades ya no soportan a una población desmesurada sin lugares de refugio. Nuestras corporaciones municipales con visiones de futuro concebirán estrategias de desarrollo sostenible para acoger a hombres y mujeres capaces de un trabajo telemático o rural. Se habla de dineros para impulsar la realización de programas que dinamicen la vida de los pueblos y creen puestos de trabajo. Aquellos ayuntamientos que con sus iniciativas promuevan opciones de progreso serán los que obtengan el mejor y el más grande trozo del pastel. No es el canto de sirenas. En los núcleos rurales donde nos conocemos todos, cada uno percibe su particular toque de campana. Modelar su tañido para cada oído es una utopía. Hace falta inteligencia política y desdeñar condicionantes que paralizan las decisiones. Para eso. Para que no se nos escape “el novio” como a Juana la Lista.
Guadalupe Fernández de la Cuesta