Conductas positivas

El filósofo griego Diógenes daba siempre la misma respuesta a la pregunta sobre su origen: “Soy ciudadano del mundo” –kosmopolités-. Él no se veía a si mismo como “habitante” de un lugar determinado adscrito a una nación, credo, raza o estrato social, sino un sujeto poseedor de humanidad.

Esta filosofía igualitaria de la dignidad de las personas forma parte del Movimiento Internacional de los Derechos Humanos (FIDH). El respeto a la igualdad y dignidad de los seres humanos es la primera lección del filósofo nunca bien aprendida por la humanidad, pues ahí esta la Historia que nos descubre las sucesivas guerras  con el fin de guarecer o ampliar el poder del jefe de turno;  fortalecer la raza de los pueblos; esclavizar a personas de otra raza o condición, o asesinarlos… Y en nuestro caso, se ha vivido una cruenta guerra civil. Para unificar este criterio de igualdad de los seres humanos, hemos entrado todos en el aula universal donde el “Coronavirus” imparte su clase magistral de no diferenciar a las personas por su categoría, sexo o condición. Ahí estamos todos. Es verdad que en esa clase inventada hay humanos que no tienen pupitre,  porque están en la pobreza o en el abandono, y el virus les asesta el golpe con más facilidad.

            Esta pandemia la llevaremos memorizada el resto de nuestras vidas. La humanidad es dominada por un “virus” con sus contagios demoledores. Su forma de atacar, lejos de confiarnos en el axioma filosófico de “ciudadanos del mundo” con una respuesta de valores coordinados, nos transforma en “habitantes” ocupados en vivir el propio “ego”. Y ahí está nuestra clase política, sin otra tarea que observar a los otros, a los contrarios en ideología, no para compartir la lucha contra la pandemia, sino para amurallar sus propias estancias del poder. Los ciudadanos, con nombre y apellidos, tenemos nuestros derechos y, también, nuestras obligaciones. En esta dicotomía está la lucha del poder. No se sabe donde está el límite de las dos respuestas éticas de nuestra conducta. Esta línea divisoria tendrá distintos trazados según la ideología política y social de cada cual. Pero existe un concepto aplicado a las diferentes estrategias políticas, y es saber debatir la verdad de los hechos utilizando un lenguaje moderado. Y algo muy necesario e imprescindible es hacer uso de la comprensión hacia el pensamiento y propuestas de los contrarios.

En esta aula universal del “Coronavirus”, aprenderemos a ser ciudadanos del mundo para no odiar al diferente, sea por su patria, credo o raza.  En los trances duros no se puede vender la intolerancia, el descrédito, la mentira. El virus nos va a inocular el carácter humano y solidario en nuestras actitudes ciudadanas, porque no está adscrito a ninguna metafísica en exclusiva ni a ningún ideario político. Vamos a aprender conductas positivas, con ahínco, con ilusión, con esperanza. Los que proponen ventajas  en el enfrentamiento, tienen la cabeza hueca de soluciones. Leo en una cita de Antonio Machado: “Es propio de hombres de cabezas medianas, embestir contra todo aquello que no les cabe en la cabeza”. Eso queda confirmado.