viernes. 25.04.2025

Contamos la historia del vivir

Entramos en la primavera de forma inusual en el ambiente que nos rodea. Nuestro refranero deja anotado otro tipo de perturbaciones atmosféricas para este mes de marzo y el próximo mes de abril: 

         

 

         

 “Marzo ventoso y abril lluvioso dejan a mayo florido y hermoso”. Ahora escuchamos la palabra “Danas” con nombre propio en el registro del tiempo atmosférico. Esas “Danas” son unas depresiones en nuestra atmósfera que se mueven de forma independiente y dejan unas precipitaciones devastadoras y vientos huracanados con un grave trueque en la normalidad del clima.  Ello ha provocado grandes inundaciones con decesos humanos. Sabemos que ante tanta sequía el “agua del cielo es el mejor riego”, pero en algunos lugares se ha pasado del marco en la lucha contra la aridez de la Naturaleza.

En nuestra tierra disponemos de datos del clima desde antes de que existieran las estaciones meteorológicas. ¿Cómo? Nos lo cuentan los árboles añosos. Desde niños hemos sabido contar los anillos de los pinos cortados. Anillos que se extienden desde el centro hacia afuera. Cada año se crea un nuevo círculo de madera. Copio una frase extraída del periódico El País en su página de Ciencia referida a las plantas leñosas: …“Los árboles son cápsulas del tiempo. Todo queda registrado en sus anillos”… Nosotros sabemos que los pinos y plantas afines, tienen la capacidad de registrar el paso de los incendios, huracanes, inundaciones, sequías y demás atropellos de toda índole desde su nacimiento hasta su muerte. Como si fueran el disco duro de la naturaleza, los árboles longevos pueden patentar todo tipo de inclemencias y agresiones y mostrar cómo la actividad humana y el clima han influido en ellos. Si se toma la información alojada en los árboles más longevos y se compara con la contemporánea, queda en evidencia que el cambio climático actual no tiene precedentes. Y nosotros hemos leído estas historias en los pinos añosos. Por ese saber grabar tantos acontecimientos algunos hemos recreado en sus cortezas nuestras marcas y señales de nuestro encuentro para la posteridad.

          Podemos decir que uno de nuestros dones más importantes es contar las historias que nacieron con nosotros. Si no tuviéramos pasado, no podríamos narrar nuestro presente. Nuestra realidad está marcada por la emigración de la población rural a las urbes y por un marcado desarrollo en el mundo de alta tecnología y de la informática. Nos resulta difícil dejar escrito los renglones del futuro ante los profundos cambios suscitados en una sola generación. Los mayores no disponemos de anillos leñosos donde grabar las experiencias vividas. Hablan nuestros hechos. Y aquello que contamos y decimos de viva voz para que nuestros descendientes sepan la historia y puedan abrir el surco a una nueva población rural. Muchas veces las propuestas de futuro quedan escritas en papel y guardadas en carpetas en lo alto de un armario. Y ahí persisten como ramas de pino olvidadas en el suelo del pinar. Queremos ser cómo nuestros árboles longevos. Y que todos escuchen cómo fieles monitores y aprendan. No al tronco cortado sin más.

                    Guadalupe Fernández de la Cuesta

         

         

Contamos la historia del vivir