No tengo nada entre las manos que me traslade a otras realidades inventadas o reales. Sólo una ventana me separa de una amplia orografía teñida con diferentes matices del verde y amarillo que asciende hasta las cumbres de las montañas. Veo los montes y sus laderas cubiertos con formaciones arbóreas, retamas, escobares, y toda suerte de arbustos en un estallido de vida vegetal. Esta vida se ha instalado en lo que fueron las tierras labradas en bancales, laderas y prados al amparo de algún pequeño valle. Eran las tareas agrícolas y el cuidado de los animales una labor imprescindible para el vivir diario. Leo en el paisaje los duros trabajos de la siembra y recolección del trigo y centeno; su acarreo a las eras y la trilla; la siega de los prados y su carga en los caballos; los surcos en las huertas de patatas y berzas con riego a mano o a pie; las caminatas en busca de gamones, lampazos, arvejanas y bellotas como ayuda en la alimentación de los cerdos. Observo el trasiego de las cabras y ovejas por tierras ajenas al sembradío y a las vacas y caballos pastando por el monte.
Leo en caminos ya ignorados mis juegos de escondite y otros ardides de busca y captura. Había muchos niños que derivamos a una adolescencia recatada, sobre todo las mocitas, con prohibiciones expresas de licencias en el vestir y de actuar por ser causa de pecado para los hombres. En este debate sobre el feminismo se olvida citar a las mujeres del ámbito rural. Quise ponderar en el libro “Sombra de majadas” la sumisión y duro trabajo de las mujeres de pastores que trashumaban a Extremadura durante ocho meses. Cierta es la magnitud y sacrificio de los estos pastores. Y así ha quedado reflejado en numerosos documentos. Pero no fue menos el oneroso trajín de las mujeres que quedaban solas con hijos y con el trabajo en las tierras y cuidado de los animales. Para las mocitas de mi edad, nuestro futuro era encontrar un buen marido y traer hijos al mundo. Así lo demandaban la Iglesia y la Sección Femenina ante un deber de sumisión y obediencia al marido.. El porvenir se labraba para el hombre con algún estudio o trabajo fuera del ámbito rural. A las chicas se las demandaba para trabajar como criadas y lacayas de familias pudientes en las ciudades. La posibilidad de estudiar para ser maestra de enseñanza era la más ponderada, sino la única. Ya se sabe: los niños con los niños y su maestro, y las niñas con las niñas y su maestra.
Leo en esta orografía un destino a definir con otras letras. Iniciamos una nueva Edad Histórica. De la misma forma que el Renacimiento surgió como una oposición paulatina a la división de la sociedad medieval en tres clases sociales: nobles, clero y campesinos De la misma manera que el Humanismo ideó una nueva concepción del hombre y el mundo. Esta es la Edad de la vulnerabilidad del ser humano ante una pandemia global. Iniciamos el aprendizaje de una calidad de vida rural muy superior a la urbanita. Para ello, es prioritaria la instalación de redes telemáticas y buenas vías de comunicación. Promocionar un turismo rural en nuestro bello entorno como salida a las masificaciones playeras Pero, sobre todo, un Sistema sanitario y Educación Publicas acorde a las necesidades de nuestra Tierra de Pinares.
Guadalupe Fernández de la Cuesta