Esperamos ansiosos a esa primavera tímida que teje filigranas de oro por entre árboles desnudos y engalana el paisaje con esa soberbia floración que decora los márgenes de los ríos y el verde reciente de los prados. En las solanas se hacen tertulias sosegadas, despaciosas, fuera del control del tiempo. Las palabras nacen para la conversación, sin sobresaltos ni ofensas, con la medida sabia de los interlocutores para intentar pasar el rato y recoger las caricias de una temperatura primaveral.
Se tiene la vejez que se ejerce: no es una cuestión de años, sino de ánimo. Creo que aprender a ser viejo es una asignatura pendiente. De momento vamos a huir del bazar de las antigüedades, de las historias de hospital, de los tiempos pretéritos como los mejores (éramos jóvenes), de la soledad. No nos encerraremos en casa, ni en la cocina, ni en la habitación. Agua que no corre se pudre, y herramienta que no se usa, se oxida, dice el refrán. Leo en la prensa que, según algunos investigadores de la cosa cerebral, las neuronas se pueden regenerar también en las edades tardías. Nada mejor que esos corrillos donde la charla se cose al razonamiento positivo. Entonces nace toda la sabiduría que da la experiencia acumulada del vivir los años con tanta historia cosida al trabajo para salir adelante. Que buen estímulo para la memoria leer en el paisaje las historias de nuestros pasos con el final feliz de poderlas recrear con la mirada serena y amplia carcajada. Ese abrazo coloquial nos escribe el presente, sin más. Al día siguiente iniciamos nuevo renglón.
Para apuntalar el razonamiento no les vendría mal a nuestras células neuronales una revisión en el taller de reparaciones. Allí las someteríamos a un renuevo en el área del conocimiento para promover la tolerancia hacia otras conductas, otras actitudes y otras formas de pensamiento. Los tardíos decimos con harta frecuencia: no voy a cambiar a mi edad, o me gusto como soy. Desde estas posiciones nace muy fácil la crítica negativa a todo aquello que no se ajusta a los paradigmas del que se cree propietario de la verdad absoluta y, a veces, divina. “No hay nada repartido más equitativamente que la razón –dice Descartes, filósofo, físico, matemático y astrónomo francés-: Todos están convencidos de tener suficiente”. Un poco más de tolerancia no nos vendría mal. Para vivir más felices. ¿Es poco? Estamos jubilosos, no jubilados.