El libro de la vida
Esta muy reciente el 23 de abril, “día del libro”. Soy una adicta insalvable a la lectura de libros en su formato de papel. Es mi imaginación proclive a recrear historias con cada elemento de mi existencia en el enclave paradisíaco de naturaleza de Neila, mi pueblo.
Y haber vivido en plenitud mi trabajo como maestra de una enseñanza pública. Cada palabra es como una piedra en el rodar del camino de la vida. A veces se embarra y se deforma en mentira. Otras palabras actúan como depuradoras y limpian de la mugre y fango esa charlatanería embustera con una buena dosis de solidaridad. Un lenguaje limpio y flexible es un bien de primera necesidad para entendernos todos, empezando por uno mismo. Las palabras sustantivas tienen su significado bien documentado en la Real Academia de la Lengua así como su engranaje gramático en la construcción de las frases. Pero cada una de ellas, antes de caer al suelo donde se comparte el camino, pasa por nuestro sistema límbico cerebral donde la rebozamos con nuestros particulares sentimientos y verdades sin frontera. Es nuestra verdad. Sin otra empatía que la propia descarga de esa certeza incombustible e imperecedera.
Para librarnos de esas palabras y frases embarradas existe una inmejorable receta: la lectura de textos y libros donde navegamos a través de otras experiencias y proporcionan luz en el aprendizaje de ideas diferentes a nuestras certezas. En nuestro pasado reciente, para sustentar las verdades de nuestro régimen dictatorial se eliminaron de un plumazo aquellos libros que podían atraer una libertad de pensamiento ajena a los dictados gubernamentales. Mi primer encuentro con uno de estos libros prohibidos lo viví a los veinte años. Su autor era jesuita, profesor de la Facultad de Sociología de Roma: el padre José María Diez Alegría. El título del libro vedado: “¡Yo creo en la Esperanza…! (el Credo que ha dado sentido a mi vida). Leo en la introducción: “El tema está basado en la defensa de los derechos fundamentales de las personas, sea en el campo social, en el cultural, por razón de raza…” Considera que “las excesivas diferencias económicas son contrarias a la justicia social, a la equidad, a la dignidad de la persona y también a la paz social”. “El principio cristiano es el amor al prójimo, incluso al enemigo”. Con estas cartas no se podía jugar en nuestro régimen de Franco. Ni con otros célebres autores cuyos nombres no se podían citar. Nuestra vida transitaba por un camino a medida del dictador, y nuestras palabras no eran piedras en el camino, sino un lodazal donde se sumergían nuestras libertades y emociones. Ahí se inicio mi adicción a la lectura. Por desembarrar.
Mi lectura febril me llevó a descubrir a Luther King y a su poema “Tengo un sueño”. Yo le imito con mi particular “sueño”. Defino a nuestra tierra como una “Catedral de Pinares” donde se aúnen las naves, las capillas, la girola, el crucero, el cimborrio, las puertas y torres… Todos estos elementos, son los diferentes pueblos de la comarca con un solo cometido: la defensa a ultranza de su existencia y su mantenimiento. En mi sueño los diferentes ayuntamientos de la comarca, trabajan juntos, cada cual con su particular idiosincrasia, pero unidos para un nuevo resurgir de nuestro territorio: muchos pueblos pero una sola “Catedral de Pinares”.
Guadalupe Fernández de la Cuesta